El presente artículo es producto de una investigación financiada por la Universidad Diego Portales durante el año 2009-2010. Una versión previa de este texto fue presentada en la Conferencia Internacional `Produciendo lo social. Usos de las ciencias sociales en el Chile reciente´ realizada en Octubre del 2010. Luego de una larga espera este texto fue publicado en el libro "Produciendo lo social. Usos de las ciencias sociales en el Chile reciente" que fue editado por Tomás Ariztía en la Editorial de la UDP en julio de 2012. (ISBN:978-956-314-176-4).
Originalmente la investigación tenía como objeto un diagnostico de la filosofía en Chile que cubría tres ámbitos institucionales: (I) las mallas curriculares de los pre y postgrados para ver como se reproduce en su base la disciplina,(II) el análisis de las becas de postgrados en Chile y en extranjero y (III) el estudio de la investigación financiada por Fondecyt desde su fundación hasta 2010. Dada la perspectiva del libro el artículo se centró en el último aspecto.
No he querido actualizar los datos, ya que esta investigación como ya he señalado es del año 2010 y su principal dificultad, para mi asombro inicial, fue conseguir los datos brutos ya que hasta ese año nada se había publicado desde una óptica cuantitativa, por lo cual había que partir por la recolección de la información, para lo que hubo que recurrir incluso a la Ley de Transparencia. Luego vino una segunda dificultad que tiene que ver con los datos incompletos que recibí de las instituciones involucradas. Se comprenderá entonces que gran parte del esfuerzo de la investigación que duró un año fue la recolección y ordenamiento de los datos. Por ello, desde mi perspectiva el principal valor de este artículo se centra en presentar -por primera vez- datos duros respecto de la disciplina, desde lo cual se puede elaborar un análisis más fino que en el articulo se perfila al final. Desde esa fecha -2010- otros colegas han publicado artículos similares en la misma línea, lo que me parece un aporte al debate que creo debe partir por el análisis cuantitativo. Finalmente, respecto de las conclusiones creo que a pesar del tiempo transcurrido, éstas no se han alterado en lo más mínimo más bien se han confirmado, por lo cual no creo necesario revisarlas.
A continuación el texto:
A continuación el texto:
Una
disciplina en tensión.
Elementos
fundamentales para un estado de la situación de la filosofía en Chile.
Christian
Retamal[1].
Introducción
El presente trabajo aborda la actual
situación de la filosofía en Chile, así como sus perspectivas en los próximos
años en el contexto de las instituciones universitarias. Para ello se indaga en
la genealogía de la disciplina en nuestro país partiendo por su
institucionalización y proyección al espacio profesional durante fines del
siglo XX, así como la separación entre el campo profesional de la pedagogía y
el de la licenciatura, definida esta última por la exclusividad de la
“indagación pura”. Para llevar a cabo este análisis se ha procedido al estudio
de la información pública procedente de las bases de datos de FONDECYT sobre
sus distintos concursos en el periodo 1982-2010. También se ha investigado
información del Programa de Formación de Capital Humano Avanzado de CONICYT,
que gestiona diversos tipos de becas de postgrados tanto en Chile como en el
extranjero. Igualmente se ha requerido la opinión de informantes claves
representativos de los diversos actores, tales como académicos, ex estudiantes,
etc. Con el conjunto de resultados se ha intentado dar una visión panorámica de
la situación de la filosofía en Chile, asumiendo las evidentes divergencias
como parte natural del debate democrático. El lector sabrá distinguir
claramente la información que aquí se entrega, y que puede ser contrastada, de
lo que constituye el análisis y posicionamiento frente a ella por parte del
autor.
Este texto pretende ser un aporte para
la discusión reflexiva respecto de la disciplina en ausencia de una sociología
de las profesiones dedicada específicamente al análisis de la filosofía en
nuestro país. En un sentido amplio, las profesiones tradicionalmente se han
caracterizado por un dominio reconocido sobre un campo de conocimiento técnico
y sus aplicaciones prácticas, lo que otorga una membresía certificada a través
de los títulos universitarios. Dicha membresía es reconocida tanto internamente
por los miembros –que a su vez pueden establecer las cualificaciones de ingreso
y las jerarquías de acuerdo al dominio profesional- como por el resto de la
sociedad que les proporciona un estatus relativo, un sentido de diferenciación respecto
de otras profesiones, oficios y ocupaciones (Freidson 1986). En un aspecto más
general la sociedad proporciona un sentido de trascendencia a través del poder
que dicha profesión capitaliza en un momento dado, ya sea por medio de las
retribuciones económicas acorde al estatus y el poder simbólico, de las
subvenciones recibidas, su capacidad de modelar la opinión pública y muy
especialmente para lo que trataremos en este texto, la capacidad de
reproducirse y diversificarse de acuerdo a la evolución de lo que constituye a
las sociedades modernas: su creciente complejidad, reflexividad y la
aceleración del cambio (Fernández Pérez 2001).
Considerando lo anterior, podríamos muy
bien interrogarnos sobre cuál es el dominio profesional que la filosofía otorga
a sus miembros en nuestra sociedad, cual es su lugar en el mundo de la
producción de conocimiento y dicho más bruscamente que pueden ofrecer para
insertarse en el mercado. Dichas preguntas pueden parecer absurdas considerando
cómo cada cual conciba la filosofía y a los filósofos; para algunos es
básicamente un modo de ser o habitar el mundo, para otros los filósofos son
guardianes de una cierta tradición que vale la pena preservar, también se les
puede caracterizar –a un grupo de ellos al menos- como “buscadores”
existenciales y podemos encontrarnos una multitud de otras respuestas, que
forman parte habitual del debate filosófico. Lo que llama la atención es
justamente esa indeterminación de la definición de lo que es la filosofía en
tanto disciplina y profesión y consecuentemente lo que es un filósofo y como
ello impacta en su rol social. Nótese que esto no le pasa al periodismo, ni al
campo del derecho o la historia, a pesar de ser relativamente jóvenes y con
credenciales epistemológicas menos sólidas que la filosofía. A pesar de las
múltiples variedades internas de estos campos encontramos unos ciertos límites
que definen su quehacer y a sus miembros, gracias justamente a una delimitación
más fina de sus objetos.
Por ello el debate de lo que es la
filosofía y los filósofos –más aun en nuestro contexto- se reduce violentamente
a los campos profesionales y disciplinales, lo que implica su inserción y
procesamiento en la maquinaria de la universidad contemporánea. Dicho de otro
modo, lo que se ha considerado como una pregunta fundamental y la búsqueda de
una definición sublime termina respondiéndose en términos de lo que la
universidad y su institucionalidad permite. Nótese que esto parece ser una
peculiaridad de la filosofía en América Latina, ya que a la filosofía europea
no se le plantea como problema sus límites disciplinarios, el estatus de sus
prácticas, ni las clausulas de pertenencia. Más bien esto pareciera ser un
problema de sociedades en búsqueda de su propia modernidad que tienen que
necesariamente plantearse el problema de la colonialidad del saber y su propio
linaje en las estructuras del conocimiento.
Como se entenderá esto último excede con
mucho las posibilidades de este texto, sin embargo, justamente de ese debate
podemos extraer la idea de una búsqueda de una “normalidad filosófica” (Silva 2009).
En efecto, dicho concepto elaborado por el argentino Francisco Romero a
mediados del siglo pasado supone que la filosofía en América Latina puede ser
evaluada en su implantación en diversas sociedades, teniendo en cuenta su lugar
y función en la cultura y puede ser comparada con igual métrica respecto de
Europa, que sería el arquetipo de la “filosofía en pleno funcionamiento”. Como
recoge Silva, las características del concepto de normalidad filosófica elaborado
por Romero implica varias condiciones. Primero; la existencia de organizaciones
filosóficas como sociedades, agrupaciones específicas por ramas, etc. Segundo;
una producción continua y abundante de artículos y revistas y, tercero, una
adecuada actualización sobre el estado de la filosofía en los “países de
producción original” mediante conferencias, cursos libres, cátedras, etc. Es
decir la existencia organizada de la disciplina, con adecuados instrumentos de
comunicación, actualización y conectividad. Ello crearía las condiciones de
posibilidad de una productividad filosófica original que supone estar al día y
trabajar de un modo disciplinado.
La visión de Romero supone una evolución
tanto histórica como de complejidad creciente que supone tres etapas de la
filosofía en nuestro continente. La primera de ellas es la condición escolar
del trabajo filosófico encerrado en la docencia, sin pretensiones de
originalidad ni creatividad. En esta fase la filosofía está en proceso de
institucionalización en las universidades y tiene una misión subordinada a la
pedagogía, que es el instrumento real de producción de ciudadanos para las
nuevas repúblicas. En una segunda etapa, la filosofía –siguiendo esta
perspectiva- se emancipa de la pedagogía y comienza a surgir la creación
propia, mediante el trabajo de algunos individuos que, gracias a su trabajo y
talento, llevan una “vida filosófica”. Dichos individuos que se desenvuelven en
un contexto adverso son considerados “fundadores” de la filosofía en el
continente y se caracterizarían por su aislamiento respecto de los docentes y,
cabe agregar, de los intelectuales en el sentido preciso del término. En dicha
etapa, la filosofía no forma parte “normal” de la cultura, ni existe una masa
crítica suficiente de “filósofos”. Sólo cuando la masa crítica de “verdaderos”
filósofos logra un reconocimiento social y ponen a la filosofía a la altura de
otras disciplinas se ha logrado la normalización que supone que ésta es una
función corriente de la cultura. El reconocimiento es la evidencia primero de
un lugar valido en la sociedad y también en la universidad, lo que genera lo
que el autor denomina un “clima filosófico” que permite la originalidad
filosófica.
Como bien señala Silva, el precio de esa
normalidad filosófica tiene dos aspectos; el más evidente es la
institucionalización intensiva de la filosofía que le permite llegar a ser una
disciplina y, segundo, un disciplinamiento profundo que regula lo que es la
“verdadera” filosofía. A la larga, esto supuso que la filosofía se
autojustificara como una especialidad que debía mantener una autonomía clara al
interior de la universidad y respecto del Estado. La normalidad filosófica
genera su propio clima favorable en tanto organización de la vida de la
disciplina y además crea una “opinión pública especializada” que opera
dentro de sus muros de modo normativo. De esta forma dicha opinión pública
termina reduciéndose a la cultura académica, que hace que la vocación
filosófica se cristalice en profesión y ésta en especialidad. Esta es la
trayectoria que lleva a la filosofía a una clausura disciplinal. Cabe destacar
que dicha transición resulta contradictoria en la medida que dicha “opinión
pública especializada” es en definitiva la comunidad de los expertos, lo que ciertamente
resulta al menos perturbador.
Conviene, para entender esto último, que
nos detengamos en el problema de la relación entre intelectuales y filosofía en
nuestro país. Si partimos por la más básica de las definiciones de lo que
significa ser un intelectual nos encontraremos, como indica Zygmunt Bauman
(1997), con un personaje, que teniendo un dominio particular sobre una esfera
de conocimiento, es capaz de salir de ella para involucrase con las cuestiones
más generales de la sociedad y la política de su momento y habla desde una
posición de autoridad que le otorga un aura de representante de la Razón y sus
valores. Lo que es interesante desde nuestra perspectiva es que la condición
difusa del intelectual implica el autorreclutamiento para incorporarse a una
práctica global de movilización de la opinión pública. Es decir, ser un
intelectual es antes que nada una elección que cada individuo lleva a cabo para
integrarse o participar del debate más amplio de lo político. Dicha elección
desde una mirada ilustrada parece algo evidente, ya que el trabajo de la Razón
que en una esfera de conocimiento puede darse de una manera especializada
obliga por su lógica interna, especialmente en el campo de las humanidades, a
esta “elevación” a un plano más amplio que supone mirar la sociedad desde una
“visión aérea”. En efecto, la ampliación de la mirada desde el particular
enfoque de un saber a una mirada global aparece como una cuestión de escala en
una suerte de solución de continuidad.
En este sentido, el intelectual
vincularía lo trascendente de la Razón con los momentos contingentes y
azarosos. Desde esta óptica ilustrada, el intelectual crea un enlace entre “lo
que está sucediendo” y la gran Historia, extrayendo de lo contingente aquello que
es necesario. Por ende el intelectual toma la contingencia como un momento
coherente que debe ser modelado en vista a una totalidad más amplia del tiempo
histórico. La participación en lo político ya sea mediante debates, artículos
de prensa, formas de liderazgos, etc., son los modos en que el intelectual
conecta lo general y lo particular y le da sentido de acuerdo a una cierta
percepción de lo que es la Razón. Como se ha indicado ser intelectual es antes
que nada una elección que sólo pueden llevar a cabo quienes tienen un dominio reconocido
en un campo del saber y por ende una comprensión de un cierto orden que la
realidad debiera alcanzar, pero que no resulta para nada evidente para la
opinión pública que debe ser guiada a través de la conflictiva y oscura
contingencia.
Dicho de otro modo, a la contingencia
debe dársele un sentido para que no se hunda en la confusión del azar y la
fragmentación de los intereses particulares. Como indica Bauman, con cierta
ironía, el término intelectual tuvo más éxito que el de filósofo, ya que la filosofía
ya había levantado sus fronteras disciplinales al interior de las universidades
y por ende más bien renunció a un conjunto de espacios que justamente
involucraban lo político en sentido fuerte. Para Bauman uno de los elementos
más importantes que van desde el periodo de la Ilustración hasta el asunto
Dreyfus es la alta densidad comunicacional que los intelectuales desarrollaron
mediante publicaciones, periódicos, asociaciones, clubes, etc. Esta densidad
comunicacional, autónoma de los poderes políticos dominantes, creó a su vez un espesor
cultural más amplio, que posibilitó que los mensajes de los intelectuales
circularan con una amplitud inusitada y fueran creando, educando y modelando el
espacio político.
Como señala Picó y Pecourt (2008) la
genealogía de los intelectuales en los diversos países muestra que la recepción
que estos reciben por parte de la sociedad suele ser muy disímil, ya que va
desde la aceptación entusiasta y es vista como ejemplo de la calidad de la
democracia, como en el caso francés, hasta la hostilidad como en el caso
británico, pasando por la acusación de que los intelectuales manipulan
políticamente la universidad como en el caso estadounidense (Giroux 1997). En
el caso chileno encontramos una abundante reflexión sobre los intelectuales en
la larga duración o bien en la dimensión
más acotada de la transición a la democracia (Pinedo 2000 y el texto de Ariztía
y Benasconi presente en este libro), así como el papel tradicional que los
filósofos han ocupado en el espacio de los intelectuales (Sánchez 1992,
Castillo 2009, Ruiz 2010) y verificamos este distanciamiento persistente y la
exclusión de la consideración de filósofos de aquellos que han entrado en el
plano de la política.
Estos análisis muestran de modo bastante
contundente que la filosofía chilena sobrevive en los ámbitos institucionales
de las universidades como su lugar central y casi único. Mirado desde esta
óptica cabe destacar que la filosofía en Chile existe mediante la forma de una
licenciatura o bien en la forma de la profesión de profesor de la especialidad
en la Enseñanza Secundaria y algunas experiencias en la Primaria. Lo que
resulta más evidente es que la filosofía en ambas formas proporciona el dominio
de una tradición que se reproduce a sí misma y que dichas formas excluyen
cualquier otra modalidad de existencia de la filosofía que cae en la figura más
condenable desde el punto de vista de los especialistas y de la profesión; el
diletantismo.
Excede la posibilidad de este texto
analizar en profundidad la especifica trayectoria histórica que explica este
estado de la situación, tema por lo demás analizado por Cecilia Sánchez (1992).
Lo que aquí interesa son las consecuencias de este estado y como se está
redibujando a partir de la evolución de la propia disciplina al interior de las
universidades.
Lo que salta a la vista como conclusión
de la evolución histórica de la filosofía académica durante el siglo XIX y XX
es que esta división, que se apoyó en una búsqueda de un apoliticismo que
protegiera la disciplina de la influencia estatal, dio como resultado la
primacía de líneas de investigación centradas en los supuestos núcleos duros de
la filosofía (metafísica, ontología, historia de la filosofía, ética) y un
distanciamiento de las ramas disciplinarias que pudieran ligarse a la
contingencia histórica y política del país (filosofía política y social,
filosofía de la historia, etc.). Lo anterior supuso una fuerte preponderancia
de métodos, temas y autopercepción conservadoras y distanciadas de lo social.
Es necesario explicar lo que significa dicha condición conservadora al menos de
modo sumario, ya que este ha sido un asunto ampliamente indagado por distintos
autores (Sánchez 1992, Ruiz 2010). La condición conservadora ha estado
relacionada con la búsqueda de un aislamiento ante la imposibilidad de una
justificación eficiente de la existencia de la filosofía, en cuanto actividad
sostenida por la universidad y por ende por la sociedad. Dicha falta de
justificación en parte se debe al rechazo de la filosofía universitaria a
involucrarse con la contingencia de la República y sus avatares, y asumir en el
sentido apuntado por Bauman la perspectiva de elevación por sobre el propio
campo de saber. Así se cierra un círculo de degradación disciplinaria que
también empobrece todas las discusiones públicas. La normalidad filosófica ha
terminado constituyéndose en el cierre de la disciplina ante la posibilidad de
tener un rol intelectual.
Como consecuencia de lo anterior, la
propia constitución del objeto de la filosofía en Chile tradicionalmente ha
estado cruzada por la dualidad contingencia-permanencia. En efecto, si
observamos cómo se constituyeron los núcleos duros de la disciplina veremos que
ya desde los primeros momentos se privilegió a las subdisciplinas que tenían
como objeto las “verdades permanentes” que estaban por encima de los avatares
históricos, mientras que el desarrollo de las subdisciplinas que tienen como
centro la política y la sociedad, es decir lo que justamente encarna la
contingencia, fue relegado a la completa oscuridad y sólo tardíamente ha
empezado a desarrollarse. Dicha cuestión se expresa, a modo de simple ejemplo,
en las áreas de investigación de FONDECYT, que manifiestan en el fondo la
importancia de los distintos campos de la disciplina.
Ciertamente no se trata de sugerir aquí que la
filosofía sea una suerte de actor o guardián de la actividad pública como
unidad y que deba abandonar sus espacios tradicionales para desplazarse a las
fronteras interdisciplinares y a la política. Pero también es necesario apuntar
que tanto la política como lo que se considera interdisciplinario forman parte
sustantiva de la filosofía al mismo nivel de los aparentes núcleos duros de
ésta. No hay razón para sostener la distinción de jerarquía entre los núcleos
duros y los “contingentes” salvo que se quiera sostener un determinado modelo
de normalidad filosófica, que supone ventajas tácticas para algunos miembros de
la disciplina en desmedro de otros y de la propia actividad filosófica en
general. Dado el contexto descrito, las ramas y líneas de la filosofía que no
se institucionalizan están condenadas a desaparecer. En efecto, tal distinción,
aunque pueda vestírsela de teoría es más bien un asunto político que justamente
remite a la contingencia[2]. Por
otra parte basta observar las tendencias dominantes de la filosofía expresadas
en los planes y programas de estudio, la abundante presencia de filósofos en
campos transdiciplinarios, los énfasis de la formación de postgrado en el
extranjero, así como la articulación de las líneas de investigación para
mostrar lo cuestionable que resulta esta delimitación[3],
ya que justamente lo que parece destacar a la filosofía contemporánea es la alta
porosidad de sus fronteras. Ello, lejos de considerarse un problema, resulta
ser un índice de su valor social y su capacidad de renovarse y crear sinergias
con otras disciplinas. Por lo que la reafirmación de los límites tradicionales
tampoco se ajusta a las tendencias mundiales de la disciplina.
Las características conservadoras tienen
relación, en primer término, con prácticas generadas en dicha normalidad
filosófica y que se expresan en modalidades de trabajo docente y de
investigación desarraigadas del contexto social, lo que impide una adecuada
fluidez entre dicho contexto y la disciplina. Pudiera parecer que ponemos el
acento en el aspecto docente de la filosofía más que en sus otras facetas, pero
esto obedece a que la docencia ha sido el lugar central de las prácticas
filosóficas en nuestro país, muy por encima de la investigación y por cierto
mucho más que cualquier expresión pública. De modo que lo que acontece como
práctica docente es en realidad la manifestación más profunda desde donde puede
analizarse a este colectivo. Sólo tardíamente la investigación –como veremos
más adelante- ha empezado a modelar tenuemente la disciplina. Es desde la
docencia donde se enseñan los modelos de investigación, sus temas centrales y
es finalmente donde retornan sus resultados primero como práctica informal y
luego como exigencia institucional. Dentro de las prácticas docentes que ayudan
a perfilar el carácter conservador antes descrito cabe destacar el análisis que
realiza Cecilia Sánchez. La primera de estas modalidades es lo que la autora ha
denominado el profesor oral que muestra una panorámica de la filosofía a
partir de un esquema histórico lineal basado en los manuales. Por ende sus
clases se caracterizan por mostrar sinopsis de lo que se considera más
relevante desde una perspectiva neutral, como si el propio manual se constituyera
en una atalaya de observación de los acontecimientos filosóficos que serían de
este modo efímeros y el manual captaría lo que realmente perdura. De este modo
el profesor oral no asume responsabilidad por la selección de los contenidos
que comparte con sus alumnos y la fuente de autoridad académica de la docencia
que ejerce proviene en última instancia del propio manual. De más está decir
que no existe un manual neutral y que no tenga algún tipo de sesgo que deba
explicitarse. Lo más problemático de este modelo es que el alumno tiene una
visión de la filosofía absolutamente mediada y fragmentaria, en que los
fragmentos se ven como un hilo continuo de autores que parecen no comunicarse
entre sí. De este modo la filosofía enseñada aparece como un consenso
proporcionado por el manual.
Otra de las prácticas ampliamente
difundidas entre los académicos, siguiendo a Sánchez, es el modelo del profeso
lector, caracterizado por la elección de textos elevados a categoría de
canónicos -justamente por su carácter permanente- que son interpretados frase a
frase, párrafo a párrafo. En este modelo el profesor detenta una autoridad
propia derivada de su calidad de intérprete y facilitador del acceso a un texto
considerado oscuro por definición. Este modo de trabajo conocido como modelo
Grassi[4],
refuerza la imagen de un profesor que selecciona a partir de su propia
autoridad los textos que considera pertinente y les da un acceso privilegiado
que refuerza la formación por linaje. Uno de los problemas más importantes de
este método es que las fronteras de discusión de los problemas filosóficos
están definidas por la autoridad de quién interpreta el texto, el cual aparece
cerrado sobre sí mismo. Cabe agregar, como indica Sánchez, que los textos se eligen en función del conocimiento de un
autor emblemático y la lectura guiada resulta tortuosa en extremo. Igualmente
dicha modalidad de trabajo supone el acceso fragmentario a los textos, ya que
se eligen capítulos considerados por el interprete como expresivos de la obra
del autor, punto en sí mismo cuestionable. De este modo nos encontramos con
seminarios eternos respecto de un autor frente al cual el alumno escasamente
puede mantener una posición crítica debido a la intermediación de la
interpretación. La interpretación adopta aquí un carácter cíclico y ritual en
que no se vincula con la realidad de la sociedad donde el texto es acogido,
sino que la interpretación se cierra sobre el texto que se pretende
trascendente y su cualidad es justamente permanecer intocado por la contingencia.
No se trata entonces de la dicotomía señalada por Zygmunt Bauman entre
los intelectuales modernos como legisladores o intérpretes, en que los primeros
-claramente influenciados por la Ilustración- pretenden modelar la realidad de
acuerdo a esquemas teleológicos acordes a la Razón. Más aun ellos mismos son
agentes de dicha Razón. En contraposición, los intelectuales como intérpretes
es lo que queda luego del derrumbe de los modelos teleológicos y la confianza
en la Razón. La realidad social ya no se deja modelar, sino que se debate entre
múltiples interpretaciones en pugna que no alcanzan ni agotan a su objeto. La
interpretación ejercida sobre los textos considerados canónicos no puede
encuadrarse en esta dualidad, ya que no se trata de legislar el mundo a partir
de ella y tampoco tiene la humildad posmoderna de considerarse una
interpretación particular en un contexto de interpretaciones cambiantes. Por el
contrario, la interpretación ejercida se hace con pretensiones de autoridad y
por ende implica una violencia discursiva que establece jerarquías
supuestamente inamovibles.
Otra característica descrita en
las investigaciones de la autora es la forma que asume la organización de la
disciplina en el currículo de las carreras filosóficas; ya sea mediante la
serialidad histórica expresada en los cursos ejes de la historia de la
filosofía o la consideración de los autores como etapas del pensamiento humano
concretados en seminarios específicos sobre ellos o superpuestos en la
organización de los cursos de historia de la filosofía[5].
Como se ha indicado, todas estas formas de trabajo y organización de la
filosofía suponen una desvinculación de la disciplina respecto de la
contingencia política e histórica, para centrarse en una supuesta gama de
elementos eternos del pensamiento humano. Esto resulta más significativo si
vemos que el autor más investigado en los proyectos FONDECYT es Heidegger,
quien como se sabe tuvo vínculos con el nazismo para luego de la II Guerra
Mundial elaborar un discurso antimoderno y justificador de la lejanía del
espacio público con claras connotaciones antidemocráticas[6].
En el siguiente cuadro podemos observar la concentración de la
investigación en determinados autores en base a los títulos de los proyectos,
destacándose a Heidegger, Hegel y Aristóteles y luego una progresiva dispersión.
Cuadro 1.
Proyectos FONDECYT (Reg, Ci, Ini,
PosDoc) por autor como objeto de estudio manifiesto. 1982-2010[7]
Si consideramos los títulos de los
proyectos veremos que, en general, su temática refuerza la glosa y el
comentario por sobre la voz propia. Ello conduce a la consideración de la filosofía como un oficio privado,
que se realiza a partir de las condiciones personales y autodisciplinarias de
cada uno. Un filósofo en esta perspectiva es alguien que lee, dialoga y que
además escribe en el contexto de la tradición, aunque sea para desmantelarla,
ya que dicha operación queda presa de la propia dinámica en la que se produce.
Dicha forma de escritura ha estado determinada por el comentario sobre los
considerados grandes autores, en desmedro de la formulación explicita de un
pensamiento personal que deba justificarse públicamente, lo que provoca en
último término que se considere que no existe una filosofía hecha en Chile,
prejuicio profundamente integrado en la disciplina.
No es necesario para las formas de trabajo e investigación antes
indicadas el dialogo con los pares del área, sino la capacidad de conectarse
con eso que llamamos la tradición que parece, en principio, no tener una
condición situada ni unas determinadas características de producción. De allí que
considerando la observación inicial respecto de lo que define a la filosofía y
por ende a un filósofo se considere que en realidad, siguiendo la
interpretación tradicional, existen escasos filósofos en nuestro país y sí
muchos comentaristas y muchos más divulgadores. De este modo, las credenciales
académicas o profesionales no serian suficientes para designar a un filósofo.
Tampoco lo es la escritura como oficio, ni la investigación, sino una especie
de comunicación directa con la tradición y un síndrome de búsqueda de la
autenticidad que resulta al menos paralizador, ya que se parte del supuesto que
la producción filosófica local jamás tendrá la calidad de la tradición europea.
Cabe hacer notar la contradicción de que el dialogo con dicha tradición se dé
fundamentalmente a través del comentario y al mismo tiempo se padezca del
síndrome de la autenticidad que supone una originalidad imposible de acuerdo a
los criterios que la definen.
Aparte de la distinción temática entre
núcleos duros y permanentes y otros blandos y contingentes, encontramos otra
distinción que tiene que ver directamente con el marco institucional en que
cabe distinguir entre una zona central y otra periférica de la disciplina. La
primera está formada por aquellos miembros insertos en los departamentos de
filosofía, preferentemente las licenciaturas y dedicados a las ramas centrales
de la filosofía antes descritas. La situación mediada es la de aquellos que se
desempeñan en cursos de filosofía que dan un soporte auxiliar en diversos
pregrados y el campo periférico es el de aquellos que se dedican a la Educación
Secundaria. De este modo existe una jerarquía explicita que se superpone a la
de los grados académicos y que coexiste con la de las jerarquizaciones
académicas que tienen un componente más burocrático.
En consecuencia, las jerarquías que
emergen no son sólo una cuestión de dedicación a una determinada rama de la
disciplina, sino que también es una cuestión de posición en la estructura del
trabajo universitario. Este último punto resulta más crucial en la medida que
los puestos de trabajo universitarios están crecientemente afectados por la
flexibilización laboral y podemos encontrar todos los tipos de relaciones
contractuales posibles, desde la tradicional pertenencia a las plantas
académicas de las universidades públicas en clara extinción, hasta la
dedicación por honorarios a un curso especifico que define al profesor como un
agente externo prestador de servicios (el memorable profesor-taxi)[8].
En medio diversas modalidades que ajustan la posición movediza de cada cual y
que diluye los sentidos de pertenencia, imposibilitan el trabajo en equipos
institucionalmente respaldados, producen una inseguridad básica respecto de las
relaciones laborales y las fuentes de trabajo, así como generan una incapacidad
para influir colectivamente incluso en la definición de la propia realidad
profesional.
Desde este contexto resulta claro que la
definición de la disciplina y de la profesión es cada vez más compleja y
dependiente de condiciones externas. El poder de las profesiones sobre sus
propios objetos y el poder práctico que se deriva de ellos aparece fuertemente
diluido, lo que es uno de los principales factores actuales del actual repliegue
de los filósofos y su búsqueda de un espacio de autonomía. La contrapartida de
este repliegue es la distancia e indiferencia que la disciplina mantiene de la
realidad social en la que se desarrolla. En este sentido cabe destacar que la
investigación reconocida y valorada –cuestión que no es privativa de la
filosofía- se da dentro de los marcos institucionales de las universidades y
limitados centros de investigación o aparatos estatales. Cabe recordar que
desde hace algunos años es requisito de participación en los proyectos FONDECYT
el patrocinio institucional, que de hecho subordina a los investigadores a la
institucionalidad y tiene el efecto perverso de restringir artificialmente la
investigación y sus productos.
El peso del golpe militar.
La tradicional indiferencia de la
filosofía chilena por la contingencia política tuvo un breve paréntesis durante
la Unidad Popular, ya que una parte importante de los filósofos se sintieron ya
sea interpelados, comprometidos e involucrados en el proceso de cambio social.
Sin embargo, la dureza del golpe militar
supuso una brutal intervención de las universidades y particularmente de
aquellos departamentos y carreras de las ciencias sociales y las humanidades
percibidas como fuentes eventuales de peligro, ya sea por el poder de sus organizaciones
estudiantiles, su historial político o los objetos de su estudio disciplinario.
En el caso de la filosofía esto tuvo efectos dramáticos que reforzaron y
radicalizaron el conservadurismo precedente, de modo que puede incluso hablarse
de un servicio ideológico de una cierta filosofía tomista a la dictadura en el
contexto universitario, mientras un gran grupo fue exonerado, debió exiliarse o
bien autocensurarse, además del cierre de departamentos completos como el caso
de la Sede Norte de la U. de Chile y las posteriores cierres menos explícitos
en su connotación política, justificados en supuestas racionalizaciones
organizacionales[9]. La actividad intelectual,
en los marcos antes descritos, se hizo no sólo imposible, sino que tomo una faz
peligrosa y envuelta en la desconfianza y el desprecio. Ello también afectó a
las humanidades, en la medida que se vieron atrapadas en una intensa censura y
trauma que recortó o eliminó muchos de sus objetos de estudio y agredió a varios
de sus especialistas.
Marginalmente hubo centros de desarrollo
de la filosofía en las ONGs y los centros de estudios independientes apoyados
por la cooperación internacional que mantuvieron investigaciones críticas. La
filosofía oficializada se proyectó a través de la docencia universitaria, así
como en los proyectos de investigación financiados con fondos estatales
organizados en torno a FONDECYT. Paralelamente se acentuó la diferenciación
entre el campo de las pedagogías y las licenciaturas mediante la degradación de
las primeras, ya que éstas perdieron incluso su estatuto privativo
universitario a partir de la Ley Orgánica Constitucional de Educación de 1981,
lo que supuso que otras instituciones no universitarias pudieran formar
carreras pedagógicas depreciadas desde el punto de vista curricular, todo ello
en el contexto de inicio un nuevo mercado educativo (Ruiz 2010). También las
mallas curriculares sufrieron una poda ideológica orientada a una limpieza de
todo lo que pudiera suponer una orientación de izquierda. De este modo desaparecieron
los seminarios de autores marxistas y existencialistas y de algunas mallas
incluso se eliminó el curso de Filosofía Contemporánea por estar encaminadas,
desde la perspectiva de los censores, al ateísmo. Así las mallas se alinearon
fuertemente a la filosofía y lenguas clásicas, la filosofía medieval tomista y
los autores cristianos contemporáneos como Jacques Maritain, como lo
ejemplifica la situación del Departamento de Filosofía de la Universidad
Metropolitana de Ciencias de la Educación –UMCE-, donde se vivió una dura
represión y la malla expresó claramente el conflicto. Como señala Sánchez y lo
corroboran informantes claves que impartieron docencia en dicho periodo, la
dictadura estaba empeñada en demoler el símbolo del laicismo que suponía el ex
–Instituto Pedagógico y sustituirlo por una versión criolla del nacional
catolicismo, enmascarado de humanismo cristiano[10].
En efecto, parece que la filosofía sólo
podía ser abordada como un estudio del pasado que justifica el nuevo estado de
cosas. En este sentido las mallas curriculares parecieron fundamentarse en este
nacional catolicismo cruzado por las estrategias de seguridad nacional tan en
boga en las décadas de los setenta y los ochenta. Estas mallas condenaban
explícitamente la secularización de la sociedad chilena durante el siglo XX y
la ligaban al auge del marxismo, lo que convertía al golpe militar en una gesta
salvadora de la nación validada por el catolicismo más tradicional. Esto vino
acompañado de una nueva dotación de profesores formados en dicha visión
ideológica, los que fueron designados en los departamentos de filosofía sin las
adecuadas credenciales académicas y meritocráticas y con una evidente actitud
contraria a la actividad pública cualquiera fuera su sentido. Este cambio del
cuerpo docente fue general en todas las carreras como una forma de represión y
transformación de las universidades chilenas, cuestión no corregida en la
transición.
Esta ordenación de la filosofía oficial
se muestra claramente en los temas de investigación financiados por FONDECYT
desde 1982 hasta aproximadamente mediados de los noventa, ya avanzada la
transición[11].
Dicha filosofía durante la dictadura se desconectó de los flujos
internacionales de la disciplina, cuestión que en general no había sucedido en
la historia de la filosofía chilena, ya que ésta siempre se encontró
relativamente informada de los debates contemporáneos como lo muestra Cecilia
Sánchez en sus investigaciones. Ello repercutió en la calidad de la docencia
universitaria y el empobrecimiento de la presencia de la filosofía en la
educación secundaria, relegada a los dos últimos años con un currículo bastante
sesgado y estrecho centrado en la historia de la filosofía, la lógica y la
psicología, cuestión que no ha cambiado mucho hasta ahora. Volviendo a la
investigación las modalidades de trabajo se concentraron en autores canónicos
más que en problemas genéricos, lo que supuso tratar a dichos autores como
universos cerrados y los investigadores reforzaban dicho cierre bajo la
justificación de la necesidad de la especialización. Sin embargo dicho
fundamento resulta bastante cuestionable si rastreamos la productividad de
dichas investigaciones hasta 1990. Por otra parte sólo uno de los proyectos
financiados por FONDECYT entre 1982 y 1991 tiene una implicancia política
contemporánea, aunque resulte, por ejemplo, contraproducente la presencia de
proyectos sobre temas éticos abstractos en un contexto de dictadura. Como ya
hemos indicado, ya sea por una opción personal guiada por el temor a la censura
o bien como producto de una convicción la filosofía retornó a un pasado clásico
idealizado para contraponerlo a un presente asediado por la crisis moral, o
dicho de otro modo lo permanente y universal interpelado por la contingencia de
la historia. Esto se vio facilitado por una concepción de los proyectos
FONDECYT que en aquella época aun entendía la actividad de la investigación
como una actividad personal y no necesariamente como proyectos orgánicos de
grupos más amplios como ahora.
La década de la transición; los noventa
y más allá.
A partir de 1990 empiezan a aparecer,
aunque tímidamente otras temáticas de investigación y autores como la
corporalidad, la tecnología mirada por la filosofía, el sentido de una
nacionalidad filosófica, etc., que logran de algún modo ampliar el campo de
trabajo de la disciplina. Y lo que resulta más importante, se produce una muy
lenta renovación de los investigadores que tienen acceso a estos
financiamientos. A esto ayudó la reincorporación de varios académicos
exonerados y otros que estaban fuera de la institucionalidad que incómodamente
tuvieron que convivir con los allegados por la dictadura al estilo de La
muerte y la doncella dado el pequeño tamaño del “ecosistema de la
disciplina”. Con el reinicio de la elección de las autoridades académicas por
parte de los profesores e incluyendo la presión de los estudiantes las mallas
empiezan a ser modificadas redirigiéndose a lo que tradicionalmente había sido
la formación filosófica previa a la dictadura.
En este sentido, estos cambios reflejan
la implementación de una restauración más que una búsqueda de nuevos senderos.
En efecto, se restauraron los cursos de filosofía contemporánea que habían sido
mutilados, así como los seminarios sobre autores antes censurados,
especialmente los clásicos del marxismo, esto sin alterar la estructura
organizativa en torno a las historias de la filosofía. Cabe destacar que
durante la dictadura, los estudiantes organizaban por su cuenta seminarios y
encuentros invitando a los profesores ajenos a la oficialidad, por lo que
existía un paradigma de lo que los estudiantes deseaban. Por ende comenzó una
fuerte presión por la evaluación docente y por la implementación de las
cátedras paralelas, que en el fondo era oficializar los seminarios informales
(no por eso menos rigurosos y extensos), invitando a dichos profesores a
integrarse de algún modo a los departamentos de filosofía, cuestión que en
general no se concretó.
Las mallas que sufrieron un mayor cambio
fueron las de las pedagogías en filosofía que prácticamente se adecuaron a los
formatos de las licenciaturas en filosofía, incluso con los mismos
requerimientos de titulación como la tesis y el examen final. Resulta curioso
constatar que las pedagogías en filosofía, siendo títulos profesionales,
tuvieron un currículo muy similar al de las licenciaturas, aunque no obtuvieran
dicho grado académico. En efecto, las pedagogías resultaron ser licenciaturas
encubiertas a las cuales se les agregaban un conjunto de ramos pedagógicos y una
práctica profesional para obtener el título profesional. Ello resulta más
paradójico considerando que ambos programas compartían incluso los mismos
docentes. Es necesario destacar que esta peculiar situación de las pedagogías
fue posible por la división –aun vigente- en las universidades pedagógicas y
las facultades de educación estatales (y también trasladada a las privadas)
entre los departamentos dedicados exclusivamente a la formación de
especialidad, en este caso filosofía, y otro –centralizado- dedicado a entregar
la formación pedagógica. Los primeros siempre han mantenido su dominio
disciplinal, mientras la formación pedagógica se mantenía homogénea e incluso
indiferente a las peculiaridades de cada carrera a la que atienden. Ello ha
generado muchas veces profundas asimetrías de calidad y solidez institucional
al interior de dichos centros.
Sin embargo, la situación anterior tiene
un efecto inesperado ya que la autopercepción de los académicos y sus alumnos
está referida a una pertenencia a un “departamento de filosofía”,
independientemente de si se trata de otorgar una pedagogía o una licenciatura.
Ello se ve verificado por la amplia presencia de los profesores de filosofía en
los postgrados de la disciplina y por la generalizada inserción de los licenciados
en la Educación Secundaria. Por ello se puede afirmar la profunda distorsión
entre los perfiles de egreso y lo que efectivamente los egresados hacen[12].
Esta autopercepción afecta positivamente la distinción de estatus entre los
departamentos que imparten pedagogías o licenciaturas, ya que borra una
división que no se sostiene en la realidad y que fragmenta la unidad de la
disciplina. En este sentido, la disciplina inconscientemente defiende sus
espacios institucionales al margen del producto profesional o incluso a pesar
de él. Este fenómeno tiene importancia porque nos permite ver la amplitud de un
movimiento de búsqueda de pertenencia que salta por sobre los cauces
institucionales para volver a la fuente de la disciplina. Ello resulta un
movimiento a contracorriente de la distinción antes descrita entre una zona
central y periférica de la disciplina.
En un plano más general, el problema
fundamental referido a en que trabaja un filósofo ha persistido. Las mallas y
perfiles de egreso suponen que existen dos caminos paralelos sin muchas
interconexiones; el mundo de los profesores de filosofía y el de los
licenciados orientados a la investigación. Sin embargo en este último caso se
hace evidente la falta de espacios laborales así como la insuficiencia de
formación que permita diálogos interdisciplinarios por parte de los
licenciados. En la década de los noventa los postgrados nacionales en filosofía
se remitían básicamente a los programas de magíster que reproducían los núcleos
duros de la formación de pregrado en metafísica, estética y se añadió luego filosofía
política y axiología. El modelo era el Magister impartido por la Universidad de
Chile que era una fuerte referencia en la disciplina. Este programa no tenía en
ese entonces ninguna intersección con otras disciplinas, salvo que el
estudiante excepcionalmente podía tomar un curso fuera de dicho programa en
otro de la misma Facultad.
Por otra parte se volvió cada vez más
evidente para los egresados de pedagogía la necesidad de realizar un magíster
como una fuente más segura de inserción laboral en el campo de la Educación
Media, el que estaba volviéndose más competitivo a mediados de los noventa. De
modo que la obtención del postgrado también significó para los profesores de
filosofía una fuente de distinción importante dejando atrás la imagen añeja
según la cual los postgrados eran una suerte de punto de llegada en la carrera
de un filósofo y no un punto de partida. Vemos que aquí se empieza a formar una
especie de élite de profesores de filosofía con postgrados realizados en Chile
en un momento que los estudios de magister eran todavía una fuente de
distinción importante, tanto por su complejidad, duración y sobre todo por su
escasez[13].
Mirado desde una perspectiva más amplia,
existe una reproducción inercial que descarta la innovación al interior de la
disciplina y el trabajo interdisciplinar. Cuestión que como hemos visto también
sucedía en el ámbito de la investigación financiada por FONDECYT. En la medida
que la década de los noventa avanzaba el haber obtenido un proyecto FONDECYT se
volvió más prestigioso, validando una élite al interior de la disciplina y en
la universidad. A ello contribuyó el que esta institución ya no era vista como
un espacio de la dictadura, cuestión que empezó a notarse en los cambios de los
miembros de los Comités de Filosofía. En efecto, FONDECYT, a pesar del
apoliticismo supuesto en la disciplina, aparecía “binominalizado” lo que
provocaba una suerte de consenso negociado dentro de las universidades del
Consejo de Rectores. Ciertamente esto no es verificable y no sabremos cuanto
tiene de prejuicio o verdad, pero es algo que aparece de modo recurrente en las
entrevistas a los informantes claves.
Sin embargo, a mediados de la década de
los noventa aun se mantenía el núcleo duro de métodos, temas y autocomprensión
conservadora en la medida que las universidades no hicieron su propia
transición democrática y rehuyeron su propio pasado en medio de la dictadura.
De modo que, a pesar de una tenue renovación en el campo de la investigación,
de la incorporación significativa de profesores de filosofía a la formación de Magister
y el reintegro de algunos académicos exonerados y otros que durante la
dictadura se mantuvieron al margen de las universidades públicas, en el campo de
la formación de pregrado, de los modos de trabajo, de la gestión de
conocimientos todo pareció mantenerse estable salvo la modificación de las
mallas de las pedagogías antes apuntadas.
Por ello podemos señalar, sin temor a
equivocarnos, que los filósofos insertos en la universidad vieron el retorno a
la democracia como la restauración de lo que la disciplina había sido antes de
la dictadura y no como la posibilidad de crear nuevos espacios de formación e
interlocución con otros campos del conocimiento y la sociedad. Dicho de otro
modo, la transición fue un camino de retorno de lo que supuestamente se había
perdido con el golpe militar, ya que éste y el periodo de la dictadura militar
demostró ser la más profunda agresión estatal a la autonomía que se suponía
debía tener la filosofía. Este último elemento había sido una constante desde
la institucionalización de la disciplina, pero como ya se apuntó está autonomía
tenía más que ver con una suerte de distanciamiento de la esfera de la política
y con la incapacidad de la disciplina para fundamentar su propia existencia. La
experiencia de la Unidad Popular había mostrado para muchos conservadores que
la politización de la sociedad chilena también había afectado a la filosofía
que se veía interpelada por el cambio social. Para ellos el Golpe de Estado
supuso una liberación de la disciplina respecto de la obligación de responder
frente a la sociedad por su condición de sentido, al tiempo que pusieron a
disposición de las nuevas autoridades los elementos de justificación ideológica
del régimen. Para estos actores la transición era la amenaza del retorno de la
política a la supuesta esfera propia de la filosofía, cuestión por otra parte
absurda si se considera la profunda actividad política en las universidades en contra
de la dictadura.
Más allá de las paradojas de estas
visiones dicotómicas puede concluirse que la restauración o rescate de la
filosofía perdida no era algo plausible y quizás tampoco deseable. Esto era
evidente a la luz de una suerte de silencio traumático al interior de un
ecosistema reducido, como lo es la filosofía en Chile. No sabemos de ningún
departamento de filosofía que haya decidido llamar a concurso para los cargos
designados durante la dictadura. Por otra parte, con la transición los temas
evidentes de investigación que la filosofía podría haber abordado fueron
simplemente ignorados, cuestión que se demuestra al señalar que de la totalidad
de los proyectos FONDECYT de dicha década sólo uno estuvo directamente dedicado
a los derechos humanos. Así como la sociedad chilena no se arrebató con los
vientos de la libertad de la transición, tampoco la filosofía se sintió
especialmente aludida por el cambio de situación histórica. Diríamos que al
menos sintió una breve brisa. Tampoco vemos que los filósofos hayan, salvo notables
excepciones, participado del debate público aportando desde la disciplina a
nuevos debates propios de los procesos de transición, desde las reformas
constitucionales a los temas de las libertades individuales entre otros.
Ciertamente no faltaron reflexiones
sobre la transición y el estado más general de la modernidad en Chile,
especialmente en artículos de prensa, conferencias y libros[14].
Lo que une a todos los autores es la común perspectiva de que la transición
pudo hacer más por la democratización efectiva del país. En sus textos se nota
la vivencia del malestar no sólo por las imperfecciones propias de la
transición, sino también porque ésta parece no querer romper los amarres
impuestos por la dictadura que se pueden palpar en las propias universidades y
de este modo participan de la tendencia general descrita por Pinedo (2000)
sobre la crítica de los intelectuales a la transición. En la mayoría de los
autores uno de los temas centrales es el de la memoria histórica y su correlato
en la memoria personal. Pero dichas reflexiones no tendrán un impacto
significativo al interior de los Departamentos de Filosofía que estaban en un
lento e inexorable declinar de su influencia
Esto resulta llamativo si consideramos
el peso político que tenían los departamentos de filosofía al interior de las
universidades durante la década de los ochenta. Dicho peso no tenía que ver
tanto con los académicos, sino con los estudiantes de filosofía y sus poderosos
centros de alumnos y la presencia muy alta de militantes que le daba a esta
disciplina la faz de una formadora de subversión. En efecto, si consideramos al
emblemático movimiento universitario de los ochenta veremos que los centros de
alumnos de filosofía tenían un peso desmedido respecto de su tamaño relativo
dentro de las organizaciones. Ello resulta especialmente destacado en el ex-Instituto
Pedagógico, hasta hoy conocida como Universidad Metropolitana de Ciencias de la
Educación, separado de la Universidad de Chile en 1981. Su centro de alumnos
fue la base de la Federación que luego se formó allí y que fue un gran polo de
organización contra la dictadura y fue especialmente reprimido. Como señaló
Alejandro Ormeño, primer Rector democráticamente elegido en la UMCE, nadie que
hubiera sido presidente de un centro de alumnos en la década de los ochenta en
el ex–Pedagógico pudo terminar su carrera (Sánchez p. 234). De este modo los
centros de alumnos de filosofía eran una suerte de semillero de liderazgos para
los partidos políticos y la oposición juvenil. Hasta entrada la década de los
noventa el peso de los centros de alumnos de filosofía seguía siendo muy
importante por esa especie de capacidad desestabilizadora que al menos se les
suponía y que en cierto modo tuvieron. Esto obligaba a los académicos a jugar
una suerte de rol mediador a pesar suyo, lo que en cierto modo acrecentaba su
poder ante la jerarquía universitaria.
Sin embargo el declive del movimiento
estudiantil a partir de 1993, claramente destacado en los centros de alumnos de
filosofía, también impactó en el peso que los departamentos tenían al interior
de las universidades. Ello significó la pérdida de una oportunidad que no se ha
vuelto a presentar de plantear la filosofía en una relación poderosa con la
propia universidad y con la política. Más aun cuando se inauguraba un debate
amplio de lo que debía ser la transición, cuestión que prácticamente atravesó
todos los gobiernos de la Concertación.
Volviendo al análisis institucional,
durante el mismo periodo, gracias a los sistemas estatales de becas de
postgrados en el extranjero y las becas de Cooperación Internacional, se
produce una tenue renovación de las temáticas y modelos de trabajo heredados y
al mismo tiempo se hace cada más patente y criticables ciertas prácticas
culturales de los filósofos como grupo específico de intelectuales.
Entre estas cabe destacar una fuerte
noción de formación por linaje en donde se privilegia la relación reproductiva
maestro-discípulo que perjudica el trabajo transdiciplinario y la apertura de
nuevas líneas de investigación, un etnocentrismo alienado que se manifiesta en
un menosprecio por la filosofía latinoamericana e incluso en un debate sobre si
es posible la filosofía en Chile y además en castellano. En este último punto
resulta llamativa la polémica sobre el prejuicio respecto de las posibilidades
idiomáticas de nuestra lengua para formular un pensamiento filosófico propio el
cual sólo podría darse en alemán según los filósofos seguidores de Heidegger,
lo cual tiene una fuerte influencia sobre la perspectiva política de los
filósofos.
Por otra parte se nota una fuerte
negativa a considerarse un grupo con intereses y necesidades comunes, cuestión
que se expresa en la inexistencia hasta hace muy poco de una Asociación Chilena
de Filosofía[15] o alguna otra forma de
agrupación similar.
Una de las organizaciones excepcionales
en ese contexto fue sin duda la Cátedra UNESCO de Filosofía creada y
dirigida por Humberto Giannini en 1995 y que posibilitó dos encuentros bastante
contundentes, entre otros realizados. El 1º de ellos fue el Congreso
Latinoamericano sobre Filosofía y Democracia realizado en 1996 y que agrupó
prácticamente a la totalidad de los filósofos chilenos en activo y permitió
traer a Chile a importantes pensadores latinoamericanos. Este encuentro fue el
más potente desde el punto de vista de la ligazón entre filosofía y política.
De hecho se concluyó dicho Congreso con la firma de la Carta de Santiago
en que los filósofos asistentes apoyaban la consolidación democrática en el
continente, cuestión no menor dada la historia reciente de la disciplina[16].
En 1998 se realizó otro evento importante: Seminario sobre Educación y
Filosofía en Chile, que a partir de las reformas curriculares que afectaban
a la disciplina se discutió ampliamente sobre el papel de la filosofía en la
esfera pública, constatándose ya en ese momento las dificultades de
justificación de su existencia en el ámbito educativo. En un sentido más amplio
la Cátedra fue un importante espacio de desarrollo de relaciones entre
distintas generaciones de filósofos ya consolidados y estudiantes de postgrados
y pregrados de distintas universidades. Dicha organización tuvo una importante
actividad hasta 1999.
Por otra parte, la filosofía ha sufrido
el paradójico fenómeno de poder existir en la docencia de las universidades
privadas y en muy escasos espacios de investigación privados. Sin embargo, nos
encontramos en el caso de la docencia con dos polos; en el primero la formación
es de nivel primario por lo cual no constituye un aporte a su propia renovación
ni tampoco a una mejora de la discusión en la esfera pública de los temas en
que la filosofía por su propia naturaleza puede y debe abordar. En el otro
extremo, la docencia sobre la filosofía en las universidades privadas ha estado
orientada, como ya se ha indicado, a servir a distintos proyectos ideológicos
que fundan a dichas instituciones; neoliberales, liberales, católicos
conservadores, progresistas, masones, etc., lo que redunda en una limitación de
temáticas y una cierta censura a los trabajos fuera de los respectivos campos
ideológicos, por lo que nuevamente nos encontramos con una filosofía servidora,
en este caso, de perfiles universitarios que se diferencian ideológicamente en
un mercado competitivo[17].
De este modo, la situación de la
filosofía en la docencia de las universidades privadas es claramente secundaria
en las mallas curriculares, aunque pretenda dar soporte a las bases ideológicas
de las instituciones. De cierto modo lo que protege a la filosofía en estos
espacios es una visión de su necesidad instrumental y un cierto pudor en
eliminar una disciplina –a pesar de su disfuncionalidad económica- que por sí
misma pertenece a lo más profundo de lo que se entiende por universidad. En
efecto, eliminarla supone darles a las instituciones una faz meramente "profesionalizante".
Sin embargo, analizadas las mallas de todas las universidades chilenas, puede
concluirse que la filosofía es una rama muy secundaria y que la existencia de
institutos o departamentos de filosofía es más bien una posibilidad de las
instituciones con mayor solidez financiera y con proyectos ideológicos bien
delineados.
Estado actual: una mirada desde la
investigación.
A pesar de lo anterior, actualmente se
está dando una transformación lenta y positiva en la disciplina. Ya se ha
mencionado la refundación de la Asociación Chilena de Filosofía y su exitoso
primer Congreso. El programa permitió a su vez mostrar una creciente tendencia
a la búsqueda de nuevas temáticas de trabajo y una amplitud mucho mayor de
materias de investigación.
Para analizar las transformaciones más profundas es
conveniente centrarse en uno de los polos que más influencia tienen en el
moldeamiento actual y futuro de la disciplina, los proyectos FONDECYT que, como
antes se ha indicado, definen a una cierta élite dentro de la disciplina,
cuestión también ampliable a otras ramas del conocimiento. Esto se fundamenta
tanto en un valor simbólico en el mercado universitario, así como en los
aportes estatales a las universidades por la obtención de dichos proyectos y
las publicaciones indexadas derivadas de ellos. El valor de estos concursos se
refuerza más aun si consideramos que dos de ellos tienen por finalidad la
inserción académica de los doctores recién formados; los concursos de
Postdoctorado y los de Iniciación en la Investigación que son importantes
puertas de acceso a dicha élite, así como el Regular que marca un nivel de
estabilidad en ella.
El caso de las publicaciones merece una mención
especial. Si bien el paradigma tradicional de la disciplina ha sido el libro,
que ha representado la concreción de un esfuerzo sostenido y una apuesta mayor
en términos de inversión personal, el artículo para revistas indexadas ISI y
secundariamente Scielo ha tenido un gran impacto en la dirección de cómo fluye
el trabajo de investigación. José Santos (2010) ha estudiado pormenorizadamente
este aspecto en el campo de la filosofía y sus observaciones resultan muy
relevantes. Desde el plano más general de lo que aquí nos interesa es que el
estilo y cierre del artículo para revistas indexables conlleva una explícita
transformación de los filósofos en expertos, más que en intelectuales en los
sentidos apuntados por Bauman. La participación en estos nuevos circuitos
rebaraja las jerarquías de la investigación y la lleva al campo de un dialogo
clausurado y ha supuesto no sólo una ruptura del modo de trabajo, sino también
política y generacional. Este fenómeno tiene muchos otros impactos y cabe aun
una discusión específica sobre él. Para los filósofos en general ha sido un
factor altamente disciplinador que ahonda en el repliegue a la especialización
y fortalece, por ahora, los núcleos duros de la disciplina, ya que en torno a
ellos se concentran las revistas ISI.
Como se ha indicado, la lenta renovación de la
disciplina es una tendencia que empieza a reflejarse en los proyectos FONDECYT
aunque desde las bases de datos disponibles no parezca así[18]. En
efecto, los criterios de clasificación a los cuales los investigadores deben
adscribir sus proyectos en los formularios aun están basados en los núcleos
duros señalados en el cuadro 2 y desagregados en las subdisciplinas mostradas
en el cuadro 3 . Si consideramos lo que las
bases de datos, en estado bruto, nos señalan cabría entonces la siguiente
repartición de proyectos en el periodo comprendido entre 1982 y 2010:
Cuadro 2.
Número de Proyectos FONDECYT (Reg,
Ini, PosDoc) aprobados por áreas de investigación. 1982-2010. (Fuente:
FONDECYT)
1982-1990
|
1991-2001
|
2002-2010
|
TOTAL
|
|
Lógica
|
2
|
2
|
1
|
5
|
Metafísica
|
3
|
5
|
4
|
12
|
Filosofía Analítica
|
2
|
2
|
8
|
12
|
Teoría del Conocimiento
|
3
|
7
|
4
|
14
|
Historia de la Filosofía
|
4
|
12
|
8
|
24
|
Ética
|
3
|
11
|
16
|
30
|
Filosofía
|
21
|
50
|
92
|
163
|
Sin
embargo, si analizamos detenidamente los temas enunciados en los títulos de los
proyectos veremos que estas adscripciones resultan demasiado gruesas y
concluiremos que no necesariamente coinciden, además de un significativo nivel
de error en la base de datos. Si reformulamos, con criterio experto, nuevas
adscripciones más precisas nos encontramos con otro resultado:
Cuadro
3.
Líneas
de Investigación más importantes en Proyectos FONDECYT (Reg., CI, Ini. y PosDoc
integrados) por periodos. (Elaborado
a partir de las bases de datos de FONDECYT, 1982-2010)
1982-1990
|
1991-2001
|
2002-2010
|
TOTAL
|
|
Fenomenología
|
3
|
4
|
1
|
8
|
Hist. de la filosofía
|
3
|
5
|
8
|
|
F. Medieval
|
4
|
5
|
9
|
|
F. del lenguaje
|
5
|
5
|
10
|
|
F. del derecho
|
1
|
10
|
11
|
|
Estética y teoría del arte
|
1
|
3
|
8
|
12
|
F. Analítica
|
4
|
1
|
8
|
13
|
Filosofía política
|
3
|
2
|
8
|
13
|
Metafísica
|
3
|
9
|
5
|
17
|
F. de la ciencia
|
4
|
4
|
12
|
20
|
F. Contemporánea
|
1
|
7
|
13
|
21
|
Ética
|
3
|
6
|
13
|
22
|
F. Antigua
|
4
|
13
|
13
|
30
|
F. Moderna
|
4
|
8
|
18
|
30
|
Sin
embargo, si analizamos detenidamente los temas enunciados en los títulos de los
proyectos veremos que estas adscripciones resultan demasiado gruesas y
concluiremos que no necesariamente coinciden, además de un significativo nivel
de error en la base de datos. Si reformulamos, con criterio experto, nuevas
adscripciones más precisas nos encontramos con otro resultado:
Cuadro 4.
Proyectos
FONDECYT (Reg, Ini, PosDoc) aprobados según subdisciplinas.
(Reelaborado a partir de las bases
de datos de FONDECYT, periodo 1982-2010)
1982-1990
|
1991-2001
|
2002-2010
|
TOTAL
|
|
F. del cuerpo
|
1
|
1
|
||
F. de la historia
|
1
|
1
|
||
F., y psicoanálisis
|
1
|
1
|
||
Lógica
|
1
|
1
|
||
T. Crítica
|
1
|
1
|
||
Epistemología
|
2
|
2
|
||
Ética y Derechos Humanos
|
2
|
2
|
||
F. de la religión
|
1
|
1
|
2
|
|
Psicoanálisis y crítica femenina
|
2
|
1
|
3
|
|
Hermenéutica
|
1
|
1
|
2
|
4
|
Hist. de la filosofía en Chile
|
5
|
5
|
||
T. del conocimiento
|
1
|
2
|
2
|
5
|
F., y Literatura
|
7
|
7
|
||
Fenomenología
|
3
|
4
|
1
|
8
|
Hist. de la filosofía
|
3
|
5
|
8
|
|
F. Medieval
|
4
|
5
|
9
|
|
F. del lenguaje
|
5
|
5
|
10
|
|
F. del derecho
|
1
|
10
|
11
|
|
Estética y teoría del arte
|
1
|
3
|
8
|
12
|
F. Analítica
|
4
|
1
|
8
|
13
|
Filosofía política
|
3
|
2
|
8
|
13
|
Metafísica
|
3
|
9
|
5
|
17
|
F. de la
ciencia
|
4
|
4
|
12
|
20
|
F. Contemporánea
|
1
|
7
|
13
|
21
|
Ética
|
3
|
6
|
13
|
22
|
F. Antigua
|
4
|
13
|
13
|
30
|
F. Moderna
|
4
|
8
|
19
|
31
|
Si bien los resultados en términos absolutos son
iguales, es destacable que se produzca una redistribución de las líneas de
acuerdo a su comportamiento en el tiempo. Vemos que F. Moderna es la línea que
crece de modo más sostenido. Lo mismo sucede, aunque de modo menos pronunciado
con Ética y F. Contemporánea, mientras que F. Antigua se mantiene estancada[19].
Como puede verse la faz actual de la disciplina es mucho más
diversa de lo que aparece en principio . Ello se
ratifica en los nuevos temas que los proyectos de Posdoctorados e Iniciación
están abriendo durante la última década.
Sin embargo, se notan dos
problemas; el primero de ellos dice relación con la fuerte concentración en
algunos autores emblematicos –situados en los nucleos duros de la disciplina-
en desmedro de otros, lo que significa una redundancia en los proyectos y
escaso espacio para que surjan nuevas líneas de investigación y, por ende, la
disciplina se diversifique. Como ya se ha indicado lo sensible de esta
situación se debe al hecho de que en
nuestro contexto las ramas que no logran institucionalizarse, en este
caso en la investigación, no tienen un espacio posible y tienden a desaparecer.
Ello toma más relevancia al considerar el escaso impacto de las investigaciones
sobre estos autores que no se expresa en la formación de revistas
especializadas, círculos de investigación, etc. De este modo cabe cuestionar la
productividad general de los nucleos duros.
El segundo problema dice relación
con el fuerte enfoque etnocentrico de la disciplina. Si consideramos la
totalidad de los proyectos financiados notaremos que su región muestra un
carácter muy bien definido, en donde el peso de la filosofía alemana y europea,
en general, es muy determinante en desmedro del propio estudio de Chile y
América Latina. Conviene aclarar que cuando señalamos la categoría “Región”,
ésta no sólo indica una cuestión meramente geográfica, sino tambien incluye sus
caracteristicas culturales, problemas y autores. De modo que esta étiqueta
pretende mostrar la orientación de la investigación y cuanto tiene que ver ésta
con nuestra realidad regional y problemas. Dentro de la categoría “General” se
adscribieron los proyectos que por su tematica, aunque pudieran ser asignadas a
una región especifica, tenián una mirada amplia que podía incluirnos o bien
tener alguna influencia sobre nuestros propios debates en vista a desarrollar
un pensamiento original y situado. En la categoría “Europa” se incluyen
proyectos que tienen un carácter continental cerrado, pero que no pueden ser
encasillados en un solo marco nacional:
Cuadro 5.
Región de orientación de los proyectos
FONDECYT (R, In, Ci, PostD) 1982-2010.
(Elaborado a
partir de las bases de datos de FONDECYT)
No se trata aquí de mirar la
disciplina desde la supuesta necesidad del localismo, pero es ineludible
destacar la necesidad de un retorno de la inversión hecha en la investigación
filosófica sobre la sociedad chilena, de modo de ligar los debates
internacionales con los propios de modo glocal, usando el conocido
termino de Roland Robertson. Significa asumir lo que ya en todas partes es una
realidad de la óptica de la investigación; la condición situada de las
disciplinas y su desarrollo en un contexto de una geopolítica del
conocimiento. El analisis revela una
inusitada concentración justamente en la categoría General que supone una
fuerte tendencia de la disciplina a no geolocalizarse en la investigación (56%
del total de proyectos), cuestión atingente tanto a los investigadores
consolidados (Reg+CI) como a los emergentes (Ini+Posdoc). Luego es
significativa la concentración en la etiqueta Alemania (19%) especialmente en
los Reg+Ini seguida de Europa (6%) e Inglaterra (5%), mientras que el estudio
de Chile sólo representa el 5% y el de América Latina el 2%. Los resultados son
más agudos si consideramos una criterio norte-sur, ya que el primero asciende
al 86% mientras el segundo sólo al 14%. En efecto, de los resultados obtenidos
se deduce que la investigación en filosofía parece ser impermeable a las
situaciones de contexto y localidad más básicas.
A modo de conclusión.
En todos los indicadores analizados
encontramos una constante muy destacable; si bien hallamos una gran pluralidad
inicial de líneas de investigación y de autores, ésta resulta socavada por la
excesiva concentración. En el caso de las líneas de investigación ciertamente
encontramos un predominio de los nucleos duros de la disciplina en desmedro de
líneas emergentes. Lo sensible de esta situación se debe al hecho de que
en nuestro contexto las líneas de
investigación que no logran institucionalizarse no tienen un espacio
alternativo y tienden a desaparecer. En este sentido puede indicarse que una
observación más detallada de los resultados muestra que las líneas consolidadas
tienden a desenvolverse en un contexto de sinergía, ya que su propia
consolidación posibilita su alta participación futura en los proyectos. Resulta
evidente que una línea consolidada se refuerza con la posibilidad de contar con
interlocutores validados por la obtención de proyectos y otros recursos, lo que
a su vez hace más facil contar con tesistas que refuerzan la formación por
linaje, así como participar en eventos academicos y contar con publicaciones
indexadas, etc. Por el contrario, las líneas debiles o emergentes se
desenvuelven en una condición entropica, ya que no cuentan con los recursos
para arraigarse, crear sus propios espacios de dialogo y generar un ciclo
virtuoso.
En este sentido, resulta más
atrayente insertarse en líneas de investigación ya consolidadas que arriesgarse
en una línea emergente que puede quedar en una condición excentrica respecto de
los nucleos duros de la disciplina. Esto resulta más problemático si se
considera que uno de los fines declarados de los diversos fondos reunidos en
FONDECYT es la busqueda de la innovación. Mirado desde la óptica del interes
general de la disciplina siempre será mejor que exista una diversidad
relativamente homogenea, en que muchas líneas diferentes puedan desarrollarse
creando una trama de relaciones entre ellas que mejore la condición de la
filosofía. Ello también resulta significativo respecto de la interdisciplinariedad
de las líneas de investigación y cómo esto se expresa en los proyectos. La
lógica de concursos de investigación como modalidad de asignación de recursos
en un contexto de escasez crónica lleva, naturalmente, a que se prioricen las
líneas más tradicionales y allegadas a los nucleos duros de cada disciplina,
por sobre aquellas que buscan tender puentes entre campos de saber o se arriesguen
con temas, metodologías o enfoques nuevos.
Así la prioridad de los nucleos
duros aparece como una cuestión de identidad de la disciplina, que amenaza a
desdibujarse si se incluyen líneas excentricas o interdisciplinales. La
consecuencia es que esta lógica crea un efecto inesperado, los límites del
financiamiento se convierten en los límites aceptados de la disciplina en lo
que a la investigación atañe. Pero ello supone ramificaciones más amplias, ya
que en un ciclo normal de la producción de conocimiento los resultados de la
investigación se expresan también en la docencia y en la extensión, por lo que
los límites de la investigación se extienden también a estas areas. Esto
constituye un proceso de clausura de la disciplina sobre líneas y objetos de
investigación que corren un serio peligro de crear dialogos tautológicos.
En un plano más amplio, al considerar cual es
nuestra “normalidad filosófica” se nos aparece un panorama que da cuenta de la
necesidad de una profunda renovación. Nos encontramos ante una realidad
cambiante en que el marco institucional de las universidades chilenas está siendo
cuestionado sistémicamente y además la circulación del conocimiento responde
cada vez más a lógicas trasnacionales en donde la clásica formación de
ciudadanos para la república debe ser completamente reinterpretada, ya que ésta
se presentaba en un marco estatal-nacional cerrado. Ahora nos encontramos en
una situación muy diferente donde el marco global se hace cada vez más fuerte,
haciendo que incluso los mercados laborales de alta especialización profesional
se hayan abierto al flujo internacional.
En este escenario la filosofía chilena encuentra
oportunidades que no han sido valoradas en toda su dimensión. La primera de
ellas es que la circulación del conocimiento y la posibilidad de interconexión
entre pares de diversas partes del mundo desbloquean el tradicional aislamiento
de los especialistas e intelectuales chilenos. De este modo los filósofos
chilenos pueden acceder como nunca antes a una actualización de conocimientos
que lejos de ser pasiva se vuelve exigentemente activa, como puede verse a
partir del sistema de becas, la posibilidad de mantenerse actualizados,
publicar tanto dentro como fuera del país y de participar de redes de
conocimiento a una escala muy intensiva, cualquiera sea el modelo anterior que
usemos para comparar.
Esto abre la posibilidad a una participación nueva
en la geopolítica del conocimiento y provoca que las tradicionales discusiones
sobre la inferioridad de la filosofía chilena en consideración a sus
condiciones de producción esté desfasada temporalmente, ya que no incluye un adecuado
análisis de las nuevas realidades. En efecto, la discusión sobre la
inferioridad de la filosofía chilena y por extensión la de América Latina
independientemente de sus matices, ya es una discusión que no cabe interpretar
en términos locales, sino en términos de adecuación al nuevo contexto. Dicho de
otro modo, la interpretación de la subordinación del saber filosófico en la
tradicional geopolítica del conocimiento previa a la globalización no funciona
adecuadamente para la nueva geopolítica que está emergiendo y que interpela a
los filósofos no como subordinados, sino como actores fundamentales. El propio
contexto interpela de un modo diferente en la medida que ya no acepta los
discursos autoflagelantes ni tampoco los discursos caricaturescos del etnocentrismo
alienado que ponen en el exterior las causas determinantes de nuestra propia
realidad.
Podemos indicar como elementos positivos que la
disciplina cuenta con una existencia relativamente organizada en las
universidades y que está sosteniendo redes que cuentan con cierta estabilidad y
con revistas especializadas[20]. En este
sentido, podemos indicar que la disciplina ha sabido crear, aunque sea
dificultosamente, instrumentos de comunicación, actualización y conectividad
interna, que promueven el intercambio académico con una creciente importancia
de las redes sociales.
Uno de los elementos a superar, y que resulta
transversal para todos los aspectos de la vida intelectual en nuestro país, es
el de la densidad comunicacional que supone contar con espacios más allá de la
propia disciplina. En efecto, carecemos de revistas que atiendan a un público
ciudadano interesado en el debate público, ya que las revistas especializadas
favorecen más bien las voces de los investigadores y son expresión de los intereses
de las instituciones. No hay en Chile una prensa de calidad que sostenga el
debate intelectual en sentido amplio. Por el contrario, las columnas de opinión
responden más bien a las lógicas de las miradas de expertos sobre temas
particulares y que en consecuencia funcionan como voz de cierta especialidad
que busca ser “voz de la ciencia”. Por otra parte muchas de esas voces se
niegan a verse a sí mismas como intelectuales, sino como la expresión del
discurso científico respecto de la contingencia que tiene mucho de promoción de
las instituciones de donde surgen los especialistas. En efecto, los directorios
de expertos que las universidades ofrecen a los medios funcionan como un modo
de publicidad de las propias universidades.
Para los intelectuales, en el sentido más amplio del
término, el objeto de discusión supera la especialidad y siempre tiene una
dimensión más global desde el cual debe ser analizado, mientras que para el
experto el objeto es atrapado y agotado por la especialidad, por ende su
discurso resulta excluyente al situarse en una objetividad agresiva para la
ciudadanía. La revista especializada y el libro disciplinal –en una época de
pensamiento rápido- no favorecen el debate intelectual del modo que las nuevas
tecnologías imponen. Si bien la aparición en los medios de comunicación se
produce en la condición de experto, para los filósofos resulta difícil reclamar
una “porción de especialidad” desde la cual dirigirse a la opinión pública.
Ello resulta aun más problemático por la crisis de autoridad para dirigirse a
una opinión pública altamente descentralizada que desconfía del carácter
unidireccional de la información y el conocimiento implícito en el rol de
intelectual (Uriarte 1996. Habermas 2009).
Ciertamente partimos aquí de un supuesto debatible y
quizás no suficientemente explicitado; que la definición de los filósofos como
intelectuales contiene un resabio ilustrado asociado a la idea de un sujeto
fuerte. Es cierto que operamos sobre dicho supuesto y es que aunque podamos
debatir la caída de los metarrelatos, el fin de la subjetividad en sentido
fuerte, etc., aun así necesitamos una definición de la condición de
intelectuales que viabilice el debate. Por otra parte, si bien muchos de los
vectores sobre este tema han cambiado drásticamente, consideramos que la noción
de intelectual si bien no puede sostenerse en sentido fuerte, no es menos
cierto que no puede prescindirse de ella completamente. Ello porque participa
de esas nociones zombis de la modernidad - extendiendo la metáfora de Ulrich
Beck- que no están plenamente vivas o muertas y que debemos convivir con ellas.
Lo que queda de la noción de intelectual es la posibilidad cierta de ser una
voz que a partir del archipiélago de distintos saberes filosóficos articula por
sobre ellos una posición política abierta al dialogo con la opinión pública.
A pesar de lo anterior los filósofos chilenos
tenemos aun un largo camino que recorrer para ayudar a crear una opinión
pública. Esperamos que esta coyuntura de crisis sea justamente la posibilidad de
un nuevo planteamiento de la disciplina respecto de la sociedad.
Citas:
1. Doctor en Filosofía. Profesor e
Investigador, Universidad de Santiago de Chile. Este texto pertenece al
Proyecto FONDECYT 1070654. Agradezco a Lorena Ubilla su imprescindible
colaboración en esta investigación, a Verónica Montecinos y Tomás Ariztía sus
valiosos comentarios.
2. Silva (2009) en un sentido
similar ve el problema de las fronteras como una cuestión referida a prácticas
antes que a un planteamiento teórico.
3. Como ejemplo de esto recomiendo
ver el tipo de líneas emergentes en el campo disciplinal de acuerdo a la
información que recoge el ISI.
4. Así fue conocido ya que fue
introducido por Ernesto Grassi en la Universidad de Chile.
5. El análisis de las mallas de las
carreras de pregrado tanto en el ámbito de la Pedagogía como de la Licenciatura
en Filosofía resulta revelador, ya que las mallas más tradicionales siguen el
formato de la Universidad de Chile manteniendo un fuerte eje histórico centrado
en los contenidos con una visión intradisciplinaria. También nos encontramos
con unas mallas ideológicas, especialmente en las universidades católicas y las
universidades con visiones ideológicas variadas que se expresan en seminarios
con énfasis en autores considerados fundamentales dentro de la perspectiva de
la institución. También nos encontramos con mallas híbridas que forman en dos
disciplinas al mismo tiempo y que pretende ser una solución laboral allegando
recursos de disciplinas más fuertes que la filosofía. Finalmente nos
encontramos con mallas de formación por competencias, que mantienen un eje
histórico muy débil y una gran flexibilidad de flujo, determinados por
criterios externos a la disciplina como son los procesos de acreditación y la
búsqueda de alineamiento al mercado laboral.
6. El arco de las posiciones
políticas de Heidegger pueden ser analizadas desde el “Discurso Rectoral”,
cuando asume como Rector designado por Hitler en la Universidad de Friburgo en
1933 hasta su tardío artículo “Porqué permanecemos en la provincia”. Martin
Heidegger: Escritos sobre la universidad alemana, Editorial Tecnos,
Madrid, 1996.
7. En términos porcentuales el
tratamiento específico de Heidegger comprende el 11% de todos los proyectos
aprobados en el periodo 1982-2009, siendo el más alto, seguido por Aristóteles
(7%) y Hegel (6%) mientras que los autores estudiados en un solo proyecto
alcanza a 62 representando al 31%. La concentración indudablemente es mayor, ya
que sólo se ha considerado el hecho de que el autor esté explicitado en el
título del proyecto, excluyéndose otros criterios que pueden resultar confusos.
Aquí destaca el crecimiento sostenido de los tres primeros autores, ya que más
que duplican su número de proyectos en cada década, viéndose que su más alto
índice se produce en la última, por lo que bien cabe preguntarse -en el caso de
estos tres autores- de si existe una escuela propiamente dicha, dado el alto
número de proyectos y su firme crecimiento durante casi treinta años. Mirado
desde la óptica de los tipos de investigadores, los más jóvenes y recientemente
doctorados (Iniciación y Posdoctorado) muestran, en los tres primeros autores,
una tendencia a la reproducción, especialmente en el caso de Heidegger, aunque luego
muestran una tendencia a privilegiar autores contemporáneos, a diferencia de
los investigadores consolidados (Regular y Cooperación Internacional).
8. Una interesante perspectiva sobre
la subjetividad académica en la precariedad se puede encontrar en Sisto 2005.
9. Un caso emblemático es el de la
Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Austral y la
renuncia de Jorge Millas. Revista La
Cañada 0.1, 2010. Dicha publicación recoge importante documentación sobre
este caso y la posición de eminentes filósofos de la época.
<
http://www.revistalacañada.cl/>
10. Un análisis detallado se puede
encontrar en los trabajos de Isabel Jara 2008.
11. Para este particular ver la base
de datos que mantiene FONDECYT. Los títulos de los proyectos son demostrativos
de la tendencia de aquellos años.
12. Ello resulta particularmente
evidente en las postulaciones a las becas de postgrados tanto en Chile como en
el extranjero, otorgadas por Conicyt, en donde vemos una gran pluralidad de
origen en los pregrados.
13. A pesar de la abundancia actual
de oferta aun parece quedar un gran espacio para la formación de postgrados. Indicadores
recientes señalan que en las universidades agrupadas en el Consejo de Rectores
los docentes con grado de Doctor alcanza a la fecha al 21% y en el caso de los
Magíster al 24%. En el caso de las universidades privadas sólo llega al 8% y al
30% respectivamente. Índices 2011.
Consejo Nacional de Educación
14. Martín Hopenhayn (1995) Ni apocalípticos ni integrados: aventuras de
la modernidad en América Latina. Santiago, F.C.E. (2005) América Latina desigual y descentrada.
Santiago, Norma. Pablo Salvat (2002) El Porvenir De La Equidad. Santiago.
Lom. Igualmente Humberto Giannini participa de entrevistas y conferencias, así
como de la dirección de la Cátedra UNESCO de Filosofía que como veremos más
adelante tendrá un importante papel en dicho periodo.
15. La Sociedad Chilena de Filosofía
fundada en 1948 fue al principio bastante activa y se mantuvo hasta los ochenta
con escasa significación. En 2009 una nueva generación refundó la Asociación en
torno a la idea de realizar congresos frecuentes que signifiquen formar una
comunidad filosófica, su fundación ha supuesto la realización de un primer
Congreso bastante exitoso y la formulación de unos estatutos que pone en un
plano de igualdad a alumnos, profesores secundarios y académicos en su
Directorio.
16. Existe un libro homónimo
publicado en 1997 por LOM y editado por Humberto Giannini que recoge una
selección de las ponencias y es la mejor “fotografía” del estado de la
disciplina en dicho periodo.
17. María Olivia Mönckeberg ha analizado
en detalle esta realidad en La
privatización de las universidades. Una historia de dinero, poder e influencias
(2005) y en El negocio de las
universidades en Chile (2007).
18. La base incluye los concursos de
Regulares, Cooperación Internacional, Posdoctorado e Iniciación. Para el
análisis se ha decidido mantener el de Cooperación Internacional, ya que hasta
hace muy poco era también concursable y permitía respaldar, de modo competitivo,
proyectos ya en operación. Hoy en cambio dicha cooperación está inserta en los
otros fondos y se evalúan en conjunto. La base fue analizada a partir de su
estado en octubre de 2010
<
http://www.fondecyt.cl>.
19. Si miramos estos datos desde la perspectiva
del tipo de investigador vemos que los proyectos Reg. y CI de los
investigadores más consolidados se concentran en las líneas de investigación de
Filosofía Antigua (13% en relación al total de Reg+CI), Moderna (12%) y Ética
(10%), en cambio los investigadores emergentes en los PosDoc e Ini se orientan
a Filosofía Analítica (15% en relación al total de PosDoc+Ini) y F.
Contemporánea (13%). Ciertamente ambos volúmenes de proyectos son muy
diferentes, pero son suficientes como para ver tendencias.
20. A la ya mencionada Asociación
Chilena de Filosofía (ACHIF) que es el foro más amplio de la disciplina, se
agrega la Asociación Chilena de Filosofía Analítica, la Asociación Chilena de
Filosofía Moderna y la Asociación
Chilena de Filosofía Jurídica y Social, entre otras. Igualmente destacan la
existencia continua de grupos académicos más informales, pero no por eso menos,
activos como los Seminarios dedicados a autores específicos como Hegel, Marx,
etc.
Referencias.
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e Intérpretes. Sobre la modernidad, la postmodernidad y los intelectuales. Buenos Aires. Universidad
Nacional de Quilmes.
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creación de la República. La filosofía pública en Chile. 1810-1830.
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Pérez, Jorge. (2001). Elementos que consolidan el concepto profesión. Notas
para su reflexión. Redie. Vol. 3, Núm. 2.
4) Freidson, Eliot. (1986). Professional powers: A study of the institutionalization of formal
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5) Habermas,
Jüngen. (2009). La razón de la esfera pública. En ¡Ay, Europa! Madrid, Trotta.
6) Hopenhayn, Martin. (1995). Ni apocalípticos ni integrados: aventuras de
la modernidad en América Latina. Santiago, F.C.E.
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Latina desigual y descentrada. Santiago, Norma.
7) Giannini, Humberto., y Bonzi,
Patricia. (Comps. 1997). Congreso Latinoamericano de sobre Filosofía y
Democracia. Santiago, LOM.
8) Giroux, Henry. (1997).
Intelectuales públicos y la crisis de la enseñanza superior. Revista
Interuniversitaria de Formación del Profesorado. Vol. 29.
9) Índices 2011.
Consejo Nacional de Educación
10) Mönckeberg,
María Olivia (2005). La privatización de
las universidades. Una historia de dinero, poder e influencias. Santiago.
Copa Rota.
- (2007) El
negocio de las universidades en Chile. Santiago. Debate.
11) Picó,
Josep y Pecourt, Juan. (2008). El estudio de los intelectuales. Una
reflexión. Revista española de investigaciones sociológicas. Nº 123.
12) Pinedo,
Javier. (2000) Pensar en (la) transición. Intelectuales chilenos durante el
proceso de transición a la democracia. 1990-1999. Universum 15.
13) Rothblatt, Sheldon., y Wittrock, Björn. (Comps.
1996). La universidad europea y americana desde 1800. Las tres
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15) Sánchez,
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- (2005). La universidad chilena desde los extramuros. Santiago, Universidad Alberto Hurtado.
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De espejismo y fuegos fatuos. Publicar filosofía hoy en Chile (ISI y Scielo).
Revista La cañada 01-2010. < http://www.revistalacañada.cl/>
17) Salvat,
Pablo. (2002). El Porvenir De La Equidad. Santiago. Lom. 2002.
18) Silva
Rojas, Matías. (2009). Normalización de la filosofía chilena. Un camino de
clausura disciplinar. Universum 24. Vol. 2. 2009.
19) Sisto
Campos, Vicente (2005). Flexibilización laboral de la docencia universitaria y
la gest(ac)ión de la Universidad sin órganos. Un análisis desde la subjetividad
laboral del docente en condiciones de precariedad" en Gentili, P. y Levy,
B. (ed.) Espacio público y privatización
del conocimiento: Estudios sobre políticas universitarias en América Latina.
Buenos Aires, CLACSO.
<
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/lbecas/espacio/Campos.pdf>
20) Uriarte,
Edurne. (1996). Los intelectuales y los medios de comunicación de masas.
Revista de estudios de la comunicación.
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