7 jun 2013

Una disciplina en tensión. Elementos fundamentales para un estado de la situación de la filosofía en Chile.



El presente artículo es producto de una investigación financiada por la Universidad Diego Portales durante el año 2009-2010. Una versión previa de este texto fue presentada en la Conferencia Internacional `Produciendo lo social. Usos de las ciencias sociales en el Chile reciente´ realizada en Octubre del 2010. Luego de una larga espera este texto fue publicado en el libro "Produciendo lo social. Usos de las ciencias sociales en el Chile reciente" que fue editado por Tomás Ariztía en la Editorial de la UDP en julio de 2012. (ISBN:978-956-314-176-4).
Originalmente la investigación tenía como objeto un diagnostico de la filosofía en Chile que cubría tres ámbitos institucionales: (I) las mallas curriculares de los pre y postgrados para ver como se reproduce en su base la disciplina,(II) el análisis de las becas de postgrados en Chile y en extranjero y (III) el estudio de la investigación financiada por Fondecyt desde su fundación hasta 2010. Dada la perspectiva del libro el artículo se centró en el último aspecto. 
No he querido actualizar los datos, ya que esta investigación como ya he señalado es del año 2010 y su principal dificultad, para mi asombro inicial, fue conseguir los datos brutos ya que hasta ese año nada se había publicado desde una óptica cuantitativa, por lo cual había que partir por la recolección de la información, para lo que hubo que recurrir incluso a la Ley de Transparencia. Luego vino una segunda dificultad que tiene que ver con los datos incompletos que recibí de las instituciones involucradas. Se comprenderá entonces que gran parte del esfuerzo de la investigación que duró un año fue la recolección y ordenamiento de los datos. Por ello, desde mi perspectiva el principal valor de este artículo se centra en presentar -por primera vez- datos duros respecto de la disciplina, desde lo cual se puede elaborar un análisis más fino que en el articulo se perfila al final. Desde esa fecha -2010- otros colegas han publicado artículos similares en la misma línea, lo que me parece un aporte al debate que creo debe partir por el análisis cuantitativo. Finalmente, respecto de las conclusiones creo que a pesar del tiempo transcurrido, éstas no se han alterado en lo más mínimo más bien se han confirmado, por lo cual no creo necesario revisarlas. 
A continuación el texto:




Una disciplina en tensión.
Elementos fundamentales para un estado de la situación de la filosofía en Chile.

Christian Retamal[1].

Introducción


El presente trabajo aborda la actual situación de la filosofía en Chile, así como sus perspectivas en los próximos años en el contexto de las instituciones universitarias. Para ello se indaga en la genealogía de la disciplina en nuestro país partiendo por su institucionalización y proyección al espacio profesional durante fines del siglo XX, así como la separación entre el campo profesional de la pedagogía y el de la licenciatura, definida esta última por la exclusividad de la “indagación pura”. Para llevar a cabo este análisis se ha procedido al estudio de la información pública procedente de las bases de datos de FONDECYT sobre sus distintos concursos en el periodo 1982-2010. También se ha investigado información del Programa de Formación de Capital Humano Avanzado de CONICYT, que gestiona diversos tipos de becas de postgrados tanto en Chile como en el extranjero. Igualmente se ha requerido la opinión de informantes claves representativos de los diversos actores, tales como académicos, ex estudiantes, etc. Con el conjunto de resultados se ha intentado dar una visión panorámica de la situación de la filosofía en Chile, asumiendo las evidentes divergencias como parte natural del debate democrático. El lector sabrá distinguir claramente la información que aquí se entrega, y que puede ser contrastada, de lo que constituye el análisis y posicionamiento frente a ella por parte del autor.
Este texto pretende ser un aporte para la discusión reflexiva respecto de la disciplina en ausencia de una sociología de las profesiones dedicada específicamente al análisis de la filosofía en nuestro país. En un sentido amplio, las profesiones tradicionalmente se han caracterizado por un dominio reconocido sobre un campo de conocimiento técnico y sus aplicaciones prácticas, lo que otorga una membresía certificada a través de los títulos universitarios. Dicha membresía es reconocida tanto internamente por los miembros –que a su vez pueden establecer las cualificaciones de ingreso y las jerarquías de acuerdo al dominio profesional- como por el resto de la sociedad que les proporciona un estatus relativo, un sentido de diferenciación respecto de otras profesiones, oficios y ocupaciones (Freidson 1986). En un aspecto más general la sociedad proporciona un sentido de trascendencia a través del poder que dicha profesión capitaliza en un momento dado, ya sea por medio de las retribuciones económicas acorde al estatus y el poder simbólico, de las subvenciones recibidas, su capacidad de modelar la opinión pública y muy especialmente para lo que trataremos en este texto, la capacidad de reproducirse y diversificarse de acuerdo a la evolución de lo que constituye a las sociedades modernas: su creciente complejidad, reflexividad y la aceleración del cambio (Fernández Pérez 2001).
Considerando lo anterior, podríamos muy bien interrogarnos sobre cuál es el dominio profesional que la filosofía otorga a sus miembros en nuestra sociedad, cual es su lugar en el mundo de la producción de conocimiento y dicho más bruscamente que pueden ofrecer para insertarse en el mercado. Dichas preguntas pueden parecer absurdas considerando cómo cada cual conciba la filosofía y a los filósofos; para algunos es básicamente un modo de ser o habitar el mundo, para otros los filósofos son guardianes de una cierta tradición que vale la pena preservar, también se les puede caracterizar –a un grupo de ellos al menos- como “buscadores” existenciales y podemos encontrarnos una multitud de otras respuestas, que forman parte habitual del debate filosófico. Lo que llama la atención es justamente esa indeterminación de la definición de lo que es la filosofía en tanto disciplina y profesión y consecuentemente lo que es un filósofo y como ello impacta en su rol social. Nótese que esto no le pasa al periodismo, ni al campo del derecho o la historia, a pesar de ser relativamente jóvenes y con credenciales epistemológicas menos sólidas que la filosofía. A pesar de las múltiples variedades internas de estos campos encontramos unos ciertos límites que definen su quehacer y a sus miembros, gracias justamente a una delimitación más fina de sus objetos.
Por ello el debate de lo que es la filosofía y los filósofos –más aun en nuestro contexto- se reduce violentamente a los campos profesionales y disciplinales, lo que implica su inserción y procesamiento en la maquinaria de la universidad contemporánea. Dicho de otro modo, lo que se ha considerado como una pregunta fundamental y la búsqueda de una definición sublime termina respondiéndose en términos de lo que la universidad y su institucionalidad permite. Nótese que esto parece ser una peculiaridad de la filosofía en América Latina, ya que a la filosofía europea no se le plantea como problema sus límites disciplinarios, el estatus de sus prácticas, ni las clausulas de pertenencia. Más bien esto pareciera ser un problema de sociedades en búsqueda de su propia modernidad que tienen que necesariamente plantearse el problema de la colonialidad del saber y su propio linaje en las estructuras del conocimiento.
Como se entenderá esto último excede con mucho las posibilidades de este texto, sin embargo, justamente de ese debate podemos extraer la idea de una búsqueda de una “normalidad filosófica” (Silva 2009). En efecto, dicho concepto elaborado por el argentino Francisco Romero a mediados del siglo pasado supone que la filosofía en América Latina puede ser evaluada en su implantación en diversas sociedades, teniendo en cuenta su lugar y función en la cultura y puede ser comparada con igual métrica respecto de Europa, que sería el arquetipo de la “filosofía en pleno funcionamiento”. Como recoge Silva, las características del concepto de normalidad filosófica elaborado por Romero implica varias condiciones. Primero; la existencia de organizaciones filosóficas como sociedades, agrupaciones específicas por ramas, etc. Segundo; una producción continua y abundante de artículos y revistas y, tercero, una adecuada actualización sobre el estado de la filosofía en los “países de producción original” mediante conferencias, cursos libres, cátedras, etc. Es decir la existencia organizada de la disciplina, con adecuados instrumentos de comunicación, actualización y conectividad. Ello crearía las condiciones de posibilidad de una productividad filosófica original que supone estar al día y trabajar de un modo disciplinado.
La visión de Romero supone una evolución tanto histórica como de complejidad creciente que supone tres etapas de la filosofía en nuestro continente. La primera de ellas es la condición escolar del trabajo filosófico encerrado en la docencia, sin pretensiones de originalidad ni creatividad. En esta fase la filosofía está en proceso de institucionalización en las universidades y tiene una misión subordinada a la pedagogía, que es el instrumento real de producción de ciudadanos para las nuevas repúblicas. En una segunda etapa, la filosofía –siguiendo esta perspectiva- se emancipa de la pedagogía y comienza a surgir la creación propia, mediante el trabajo de algunos individuos que, gracias a su trabajo y talento, llevan una “vida filosófica”. Dichos individuos que se desenvuelven en un contexto adverso son considerados “fundadores” de la filosofía en el continente y se caracterizarían por su aislamiento respecto de los docentes y, cabe agregar, de los intelectuales en el sentido preciso del término. En dicha etapa, la filosofía no forma parte “normal” de la cultura, ni existe una masa crítica suficiente de “filósofos”. Sólo cuando la masa crítica de “verdaderos” filósofos logra un reconocimiento social y ponen a la filosofía a la altura de otras disciplinas se ha logrado la normalización que supone que ésta es una función corriente de la cultura. El reconocimiento es la evidencia primero de un lugar valido en la sociedad y también en la universidad, lo que genera lo que el autor denomina un “clima filosófico” que permite la originalidad filosófica. 
Como bien señala Silva, el precio de esa normalidad filosófica tiene dos aspectos; el más evidente es la institucionalización intensiva de la filosofía que le permite llegar a ser una disciplina y, segundo, un disciplinamiento profundo que regula lo que es la “verdadera” filosofía. A la larga, esto supuso que la filosofía se autojustificara como una especialidad que debía mantener una autonomía clara al interior de la universidad y respecto del Estado. La normalidad filosófica genera su propio clima favorable en tanto organización de la vida de la disciplina y además crea una “opinión pública especializada” que opera dentro de sus muros de modo normativo. De esta forma dicha opinión pública termina reduciéndose a la cultura académica, que hace que la vocación filosófica se cristalice en profesión y ésta en especialidad. Esta es la trayectoria que lleva a la filosofía a una clausura disciplinal. Cabe destacar que dicha transición resulta contradictoria en la medida que dicha “opinión pública especializada” es en definitiva la comunidad de los expertos, lo que ciertamente resulta al menos perturbador.
Conviene, para entender esto último, que nos detengamos en el problema de la relación entre intelectuales y filosofía en nuestro país. Si partimos por la más básica de las definiciones de lo que significa ser un intelectual nos encontraremos, como indica Zygmunt Bauman (1997), con un personaje, que teniendo un dominio particular sobre una esfera de conocimiento, es capaz de salir de ella para involucrase con las cuestiones más generales de la sociedad y la política de su momento y habla desde una posición de autoridad que le otorga un aura de representante de la Razón y sus valores. Lo que es interesante desde nuestra perspectiva es que la condición difusa del intelectual implica el autorreclutamiento para incorporarse a una práctica global de movilización de la opinión pública. Es decir, ser un intelectual es antes que nada una elección que cada individuo lleva a cabo para integrarse o participar del debate más amplio de lo político. Dicha elección desde una mirada ilustrada parece algo evidente, ya que el trabajo de la Razón que en una esfera de conocimiento puede darse de una manera especializada obliga por su lógica interna, especialmente en el campo de las humanidades, a esta “elevación” a un plano más amplio que supone mirar la sociedad desde una “visión aérea”. En efecto, la ampliación de la mirada desde el particular enfoque de un saber a una mirada global aparece como una cuestión de escala en una suerte de solución de continuidad.
En este sentido, el intelectual vincularía lo trascendente de la Razón con los momentos contingentes y azarosos. Desde esta óptica ilustrada, el intelectual crea un enlace entre “lo que está sucediendo” y la gran Historia, extrayendo de lo contingente aquello que es necesario. Por ende el intelectual toma la contingencia como un momento coherente que debe ser modelado en vista a una totalidad más amplia del tiempo histórico. La participación en lo político ya sea mediante debates, artículos de prensa, formas de liderazgos, etc., son los modos en que el intelectual conecta lo general y lo particular y le da sentido de acuerdo a una cierta percepción de lo que es la Razón. Como se ha indicado ser intelectual es antes que nada una elección que sólo pueden llevar a cabo quienes tienen un dominio reconocido en un campo del saber y por ende una comprensión de un cierto orden que la realidad debiera alcanzar, pero que no resulta para nada evidente para la opinión pública que debe ser guiada a través de la conflictiva y oscura contingencia.
Dicho de otro modo, a la contingencia debe dársele un sentido para que no se hunda en la confusión del azar y la fragmentación de los intereses particulares. Como indica Bauman, con cierta ironía, el término intelectual tuvo más éxito que el de filósofo, ya que la filosofía ya había levantado sus fronteras disciplinales al interior de las universidades y por ende más bien renunció a un conjunto de espacios que justamente involucraban lo político en sentido fuerte. Para Bauman uno de los elementos más importantes que van desde el periodo de la Ilustración hasta el asunto Dreyfus es la alta densidad comunicacional que los intelectuales desarrollaron mediante publicaciones, periódicos, asociaciones, clubes, etc. Esta densidad comunicacional, autónoma de los poderes políticos dominantes, creó a su vez un espesor cultural más amplio, que posibilitó que los mensajes de los intelectuales circularan con una amplitud inusitada y fueran creando, educando y modelando el espacio político.
Como señala Picó y Pecourt (2008) la genealogía de los intelectuales en los diversos países muestra que la recepción que estos reciben por parte de la sociedad suele ser muy disímil, ya que va desde la aceptación entusiasta y es vista como ejemplo de la calidad de la democracia, como en el caso francés, hasta la hostilidad como en el caso británico, pasando por la acusación de que los intelectuales manipulan políticamente la universidad como en el caso estadounidense (Giroux 1997). En el caso chileno encontramos una abundante reflexión sobre los intelectuales en la larga duración  o bien en la dimensión más acotada de la transición a la democracia (Pinedo 2000 y el texto de Ariztía y Benasconi presente en este libro), así como el papel tradicional que los filósofos han ocupado en el espacio de los intelectuales (Sánchez 1992, Castillo 2009, Ruiz 2010) y verificamos este distanciamiento persistente y la exclusión de la consideración de filósofos de aquellos que han entrado en el plano de la política.
Estos análisis muestran de modo bastante contundente que la filosofía chilena sobrevive en los ámbitos institucionales de las universidades como su lugar central y casi único. Mirado desde esta óptica cabe destacar que la filosofía en Chile existe mediante la forma de una licenciatura o bien en la forma de la profesión de profesor de la especialidad en la Enseñanza Secundaria y algunas experiencias en la Primaria. Lo que resulta más evidente es que la filosofía en ambas formas proporciona el dominio de una tradición que se reproduce a sí misma y que dichas formas excluyen cualquier otra modalidad de existencia de la filosofía que cae en la figura más condenable desde el punto de vista de los especialistas y de la profesión; el diletantismo.   
Excede la posibilidad de este texto analizar en profundidad la especifica trayectoria histórica que explica este estado de la situación, tema por lo demás analizado por Cecilia Sánchez (1992). Lo que aquí interesa son las consecuencias de este estado y como se está redibujando a partir de la evolución de la propia disciplina al interior de las universidades.
Lo que salta a la vista como conclusión de la evolución histórica de la filosofía académica durante el siglo XIX y XX es que esta división, que se apoyó en una búsqueda de un apoliticismo que protegiera la disciplina de la influencia estatal, dio como resultado la primacía de líneas de investigación centradas en los supuestos núcleos duros de la filosofía (metafísica, ontología, historia de la filosofía, ética) y un distanciamiento de las ramas disciplinarias que pudieran ligarse a la contingencia histórica y política del país (filosofía política y social, filosofía de la historia, etc.). Lo anterior supuso una fuerte preponderancia de métodos, temas y autopercepción conservadoras y distanciadas de lo social. Es necesario explicar lo que significa dicha condición conservadora al menos de modo sumario, ya que este ha sido un asunto ampliamente indagado por distintos autores (Sánchez 1992, Ruiz 2010). La condición conservadora ha estado relacionada con la búsqueda de un aislamiento ante la imposibilidad de una justificación eficiente de la existencia de la filosofía, en cuanto actividad sostenida por la universidad y por ende por la sociedad. Dicha falta de justificación en parte se debe al rechazo de la filosofía universitaria a involucrarse con la contingencia de la República y sus avatares, y asumir en el sentido apuntado por Bauman la perspectiva de elevación por sobre el propio campo de saber. Así se cierra un círculo de degradación disciplinaria que también empobrece todas las discusiones públicas. La normalidad filosófica ha terminado constituyéndose en el cierre de la disciplina ante la posibilidad de tener un rol intelectual.
Como consecuencia de lo anterior, la propia constitución del objeto de la filosofía en Chile tradicionalmente ha estado cruzada por la dualidad contingencia-permanencia. En efecto, si observamos cómo se constituyeron los núcleos duros de la disciplina veremos que ya desde los primeros momentos se privilegió a las subdisciplinas que tenían como objeto las “verdades permanentes” que estaban por encima de los avatares históricos, mientras que el desarrollo de las subdisciplinas que tienen como centro la política y la sociedad, es decir lo que justamente encarna la contingencia, fue relegado a la completa oscuridad y sólo tardíamente ha empezado a desarrollarse. Dicha cuestión se expresa, a modo de simple ejemplo, en las áreas de investigación de FONDECYT, que manifiestan en el fondo la importancia de los distintos campos de la disciplina.
 Ciertamente no se trata de sugerir aquí que la filosofía sea una suerte de actor o guardián de la actividad pública como unidad y que deba abandonar sus espacios tradicionales para desplazarse a las fronteras interdisciplinares y a la política. Pero también es necesario apuntar que tanto la política como lo que se considera interdisciplinario forman parte sustantiva de la filosofía al mismo nivel de los aparentes núcleos duros de ésta. No hay razón para sostener la distinción de jerarquía entre los núcleos duros y los “contingentes” salvo que se quiera sostener un determinado modelo de normalidad filosófica, que supone ventajas tácticas para algunos miembros de la disciplina en desmedro de otros y de la propia actividad filosófica en general. Dado el contexto descrito, las ramas y líneas de la filosofía que no se institucionalizan están condenadas a desaparecer. En efecto, tal distinción, aunque pueda vestírsela de teoría es más bien un asunto político que justamente remite a la contingencia[2]. Por otra parte basta observar las tendencias dominantes de la filosofía expresadas en los planes y programas de estudio, la abundante presencia de filósofos en campos transdiciplinarios, los énfasis de la formación de postgrado en el extranjero, así como la articulación de las líneas de investigación para mostrar lo cuestionable que resulta esta delimitación[3], ya que justamente lo que parece destacar a la filosofía contemporánea es la alta porosidad de sus fronteras. Ello, lejos de considerarse un problema, resulta ser un índice de su valor social y su capacidad de renovarse y crear sinergias con otras disciplinas. Por lo que la reafirmación de los límites tradicionales tampoco se ajusta a las tendencias mundiales de la disciplina.
Las características conservadoras tienen relación, en primer término, con prácticas generadas en dicha normalidad filosófica y que se expresan en modalidades de trabajo docente y de investigación desarraigadas del contexto social, lo que impide una adecuada fluidez entre dicho contexto y la disciplina. Pudiera parecer que ponemos el acento en el aspecto docente de la filosofía más que en sus otras facetas, pero esto obedece a que la docencia ha sido el lugar central de las prácticas filosóficas en nuestro país, muy por encima de la investigación y por cierto mucho más que cualquier expresión pública. De modo que lo que acontece como práctica docente es en realidad la manifestación más profunda desde donde puede analizarse a este colectivo. Sólo tardíamente la investigación –como veremos más adelante- ha empezado a modelar tenuemente la disciplina. Es desde la docencia donde se enseñan los modelos de investigación, sus temas centrales y es finalmente donde retornan sus resultados primero como práctica informal y luego como exigencia institucional. Dentro de las prácticas docentes que ayudan a perfilar el carácter conservador antes descrito cabe destacar el análisis que realiza Cecilia Sánchez. La primera de estas modalidades es lo que la autora ha denominado el profesor oral que muestra una panorámica de la filosofía a partir de un esquema histórico lineal basado en los manuales. Por ende sus clases se caracterizan por mostrar sinopsis de lo que se considera más relevante desde una perspectiva neutral, como si el propio manual se constituyera en una atalaya de observación de los acontecimientos filosóficos que serían de este modo efímeros y el manual captaría lo que realmente perdura. De este modo el profesor oral no asume responsabilidad por la selección de los contenidos que comparte con sus alumnos y la fuente de autoridad académica de la docencia que ejerce proviene en última instancia del propio manual. De más está decir que no existe un manual neutral y que no tenga algún tipo de sesgo que deba explicitarse. Lo más problemático de este modelo es que el alumno tiene una visión de la filosofía absolutamente mediada y fragmentaria, en que los fragmentos se ven como un hilo continuo de autores que parecen no comunicarse entre sí. De este modo la filosofía enseñada aparece como un consenso proporcionado por el manual.
Otra de las prácticas ampliamente difundidas entre los académicos, siguiendo a Sánchez, es el modelo del profeso lector, caracterizado por la elección de textos elevados a categoría de canónicos -justamente por su carácter permanente- que son interpretados frase a frase, párrafo a párrafo. En este modelo el profesor detenta una autoridad propia derivada de su calidad de intérprete y facilitador del acceso a un texto considerado oscuro por definición. Este modo de trabajo conocido como modelo Grassi[4], refuerza la imagen de un profesor que selecciona a partir de su propia autoridad los textos que considera pertinente y les da un acceso privilegiado que refuerza la formación por linaje. Uno de los problemas más importantes de este método es que las fronteras de discusión de los problemas filosóficos están definidas por la autoridad de quién interpreta el texto, el cual aparece cerrado sobre sí mismo. Cabe agregar, como indica Sánchez, que los textos se eligen en función del conocimiento de un autor emblemático y la lectura guiada resulta tortuosa en extremo. Igualmente dicha modalidad de trabajo supone el acceso fragmentario a los textos, ya que se eligen capítulos considerados por el interprete como expresivos de la obra del autor, punto en sí mismo cuestionable. De este modo nos encontramos con seminarios eternos respecto de un autor frente al cual el alumno escasamente puede mantener una posición crítica debido a la intermediación de la interpretación. La interpretación adopta aquí un carácter cíclico y ritual en que no se vincula con la realidad de la sociedad donde el texto es acogido, sino que la interpretación se cierra sobre el texto que se pretende trascendente y su cualidad es justamente permanecer intocado por la contingencia.
No se trata entonces de la dicotomía señalada por Zygmunt Bauman entre los intelectuales modernos como legisladores o intérpretes, en que los primeros -claramente influenciados por la Ilustración- pretenden modelar la realidad de acuerdo a esquemas teleológicos acordes a la Razón. Más aun ellos mismos son agentes de dicha Razón. En contraposición, los intelectuales como intérpretes es lo que queda luego del derrumbe de los modelos teleológicos y la confianza en la Razón. La realidad social ya no se deja modelar, sino que se debate entre múltiples interpretaciones en pugna que no alcanzan ni agotan a su objeto. La interpretación ejercida sobre los textos considerados canónicos no puede encuadrarse en esta dualidad, ya que no se trata de legislar el mundo a partir de ella y tampoco tiene la humildad posmoderna de considerarse una interpretación particular en un contexto de interpretaciones cambiantes. Por el contrario, la interpretación ejercida se hace con pretensiones de autoridad y por ende implica una violencia discursiva que establece jerarquías supuestamente inamovibles.
 Otra característica descrita en las investigaciones de la autora es la forma que asume la organización de la disciplina en el currículo de las carreras filosóficas; ya sea mediante la serialidad histórica expresada en los cursos ejes de la historia de la filosofía o la consideración de los autores como etapas del pensamiento humano concretados en seminarios específicos sobre ellos o superpuestos en la organización de los cursos de historia de la filosofía[5]. Como se ha indicado, todas estas formas de trabajo y organización de la filosofía suponen una desvinculación de la disciplina respecto de la contingencia política e histórica, para centrarse en una supuesta gama de elementos eternos del pensamiento humano. Esto resulta más significativo si vemos que el autor más investigado en los proyectos FONDECYT es Heidegger, quien como se sabe tuvo vínculos con el nazismo para luego de la II Guerra Mundial elaborar un discurso antimoderno y justificador de la lejanía del espacio público con claras connotaciones antidemocráticas[6].
En el siguiente cuadro podemos observar la concentración de la investigación en determinados autores en base a los títulos de los proyectos, destacándose a Heidegger, Hegel y Aristóteles y luego una progresiva dispersión. 



Cuadro 1.
Proyectos FONDECYT (Reg, Ci, Ini, PosDoc) por autor como objeto de estudio manifiesto. 1982-2010[7]








Si consideramos los títulos de los proyectos veremos que, en general, su temática refuerza la glosa y el comentario por sobre la voz propia. Ello conduce a la consideración de la filosofía como un oficio privado, que se realiza a partir de las condiciones personales y autodisciplinarias de cada uno. Un filósofo en esta perspectiva es alguien que lee, dialoga y que además escribe en el contexto de la tradición, aunque sea para desmantelarla, ya que dicha operación queda presa de la propia dinámica en la que se produce. Dicha forma de escritura ha estado determinada por el comentario sobre los considerados grandes autores, en desmedro de la formulación explicita de un pensamiento personal que deba justificarse públicamente, lo que provoca en último término que se considere que no existe una filosofía hecha en Chile, prejuicio profundamente integrado en la disciplina.
No es necesario para las formas de trabajo e investigación antes indicadas el dialogo con los pares del área, sino la capacidad de conectarse con eso que llamamos la tradición que parece, en principio, no tener una condición situada ni unas determinadas características de producción. De allí que considerando la observación inicial respecto de lo que define a la filosofía y por ende a un filósofo se considere que en realidad, siguiendo la interpretación tradicional, existen escasos filósofos en nuestro país y sí muchos comentaristas y muchos más divulgadores. De este modo, las credenciales académicas o profesionales no serian suficientes para designar a un filósofo. Tampoco lo es la escritura como oficio, ni la investigación, sino una especie de comunicación directa con la tradición y un síndrome de búsqueda de la autenticidad que resulta al menos paralizador, ya que se parte del supuesto que la producción filosófica local jamás tendrá la calidad de la tradición europea. Cabe hacer notar la contradicción de que el dialogo con dicha tradición se dé fundamentalmente a través del comentario y al mismo tiempo se padezca del síndrome de la autenticidad que supone una originalidad imposible de acuerdo a los criterios que la definen.
Aparte de la distinción temática entre núcleos duros y permanentes y otros blandos y contingentes, encontramos otra distinción que tiene que ver directamente con el marco institucional en que cabe distinguir entre una zona central y otra periférica de la disciplina. La primera está formada por aquellos miembros insertos en los departamentos de filosofía, preferentemente las licenciaturas y dedicados a las ramas centrales de la filosofía antes descritas. La situación mediada es la de aquellos que se desempeñan en cursos de filosofía que dan un soporte auxiliar en diversos pregrados y el campo periférico es el de aquellos que se dedican a la Educación Secundaria. De este modo existe una jerarquía explicita que se superpone a la de los grados académicos y que coexiste con la de las jerarquizaciones académicas que tienen un componente más burocrático.
En consecuencia, las jerarquías que emergen no son sólo una cuestión de dedicación a una determinada rama de la disciplina, sino que también es una cuestión de posición en la estructura del trabajo universitario. Este último punto resulta más crucial en la medida que los puestos de trabajo universitarios están crecientemente afectados por la flexibilización laboral y podemos encontrar todos los tipos de relaciones contractuales posibles, desde la tradicional pertenencia a las plantas académicas de las universidades públicas en clara extinción, hasta la dedicación por honorarios a un curso especifico que define al profesor como un agente externo prestador de servicios (el memorable profesor-taxi)[8]. En medio diversas modalidades que ajustan la posición movediza de cada cual y que diluye los sentidos de pertenencia, imposibilitan el trabajo en equipos institucionalmente respaldados, producen una inseguridad básica respecto de las relaciones laborales y las fuentes de trabajo, así como generan una incapacidad para influir colectivamente incluso en la definición de la propia realidad profesional.
Desde este contexto resulta claro que la definición de la disciplina y de la profesión es cada vez más compleja y dependiente de condiciones externas. El poder de las profesiones sobre sus propios objetos y el poder práctico que se deriva de ellos aparece fuertemente diluido, lo que es uno de los principales factores actuales del actual repliegue de los filósofos y su búsqueda de un espacio de autonomía. La contrapartida de este repliegue es la distancia e indiferencia que la disciplina mantiene de la realidad social en la que se desarrolla. En este sentido cabe destacar que la investigación reconocida y valorada –cuestión que no es privativa de la filosofía- se da dentro de los marcos institucionales de las universidades y limitados centros de investigación o aparatos estatales. Cabe recordar que desde hace algunos años es requisito de participación en los proyectos FONDECYT el patrocinio institucional, que de hecho subordina a los investigadores a la institucionalidad y tiene el efecto perverso de restringir artificialmente la investigación y sus productos.

El peso del golpe militar.

La tradicional indiferencia de la filosofía chilena por la contingencia política tuvo un breve paréntesis durante la Unidad Popular, ya que una parte importante de los filósofos se sintieron ya sea interpelados, comprometidos e involucrados en el proceso de cambio social.
Sin embargo, la dureza del golpe militar supuso una brutal intervención de las universidades y particularmente de aquellos departamentos y carreras de las ciencias sociales y las humanidades percibidas como fuentes eventuales de peligro, ya sea por el poder de sus organizaciones estudiantiles, su historial político o los objetos de su estudio disciplinario. En el caso de la filosofía esto tuvo efectos dramáticos que reforzaron y radicalizaron el conservadurismo precedente, de modo que puede incluso hablarse de un servicio ideológico de una cierta filosofía tomista a la dictadura en el contexto universitario, mientras un gran grupo fue exonerado, debió exiliarse o bien autocensurarse, además del cierre de departamentos completos como el caso de la Sede Norte de la U. de Chile y las posteriores cierres menos explícitos en su connotación política, justificados en supuestas racionalizaciones organizacionales[9]. La actividad intelectual, en los marcos antes descritos, se hizo no sólo imposible, sino que tomo una faz peligrosa y envuelta en la desconfianza y el desprecio. Ello también afectó a las humanidades, en la medida que se vieron atrapadas en una intensa censura y trauma que recortó o eliminó muchos de sus objetos de estudio y agredió a varios de sus especialistas.
Marginalmente hubo centros de desarrollo de la filosofía en las ONGs y los centros de estudios independientes apoyados por la cooperación internacional que mantuvieron investigaciones críticas. La filosofía oficializada se proyectó a través de la docencia universitaria, así como en los proyectos de investigación financiados con fondos estatales organizados en torno a FONDECYT. Paralelamente se acentuó la diferenciación entre el campo de las pedagogías y las licenciaturas mediante la degradación de las primeras, ya que éstas perdieron incluso su estatuto privativo universitario a partir de la Ley Orgánica Constitucional de Educación de 1981, lo que supuso que otras instituciones no universitarias pudieran formar carreras pedagógicas depreciadas desde el punto de vista curricular, todo ello en el contexto de inicio un nuevo mercado educativo (Ruiz 2010). También las mallas curriculares sufrieron una poda ideológica orientada a una limpieza de todo lo que pudiera suponer una orientación de izquierda. De este modo desaparecieron los seminarios de autores marxistas y existencialistas y de algunas mallas incluso se eliminó el curso de Filosofía Contemporánea por estar encaminadas, desde la perspectiva de los censores, al ateísmo. Así las mallas se alinearon fuertemente a la filosofía y lenguas clásicas, la filosofía medieval tomista y los autores cristianos contemporáneos como Jacques Maritain, como lo ejemplifica la situación del Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación –UMCE-, donde se vivió una dura represión y la malla expresó claramente el conflicto. Como señala Sánchez y lo corroboran informantes claves que impartieron docencia en dicho periodo, la dictadura estaba empeñada en demoler el símbolo del laicismo que suponía el ex –Instituto Pedagógico y sustituirlo por una versión criolla del nacional catolicismo, enmascarado de humanismo cristiano[10].
En efecto, parece que la filosofía sólo podía ser abordada como un estudio del pasado que justifica el nuevo estado de cosas. En este sentido las mallas curriculares parecieron fundamentarse en este nacional catolicismo cruzado por las estrategias de seguridad nacional tan en boga en las décadas de los setenta y los ochenta. Estas mallas condenaban explícitamente la secularización de la sociedad chilena durante el siglo XX y la ligaban al auge del marxismo, lo que convertía al golpe militar en una gesta salvadora de la nación validada por el catolicismo más tradicional. Esto vino acompañado de una nueva dotación de profesores formados en dicha visión ideológica, los que fueron designados en los departamentos de filosofía sin las adecuadas credenciales académicas y meritocráticas y con una evidente actitud contraria a la actividad pública cualquiera fuera su sentido. Este cambio del cuerpo docente fue general en todas las carreras como una forma de represión y transformación de las universidades chilenas, cuestión no corregida en la transición.
Esta ordenación de la filosofía oficial se muestra claramente en los temas de investigación financiados por FONDECYT desde 1982 hasta aproximadamente mediados de los noventa, ya avanzada la transición[11]. Dicha filosofía durante la dictadura se desconectó de los flujos internacionales de la disciplina, cuestión que en general no había sucedido en la historia de la filosofía chilena, ya que ésta siempre se encontró relativamente informada de los debates contemporáneos como lo muestra Cecilia Sánchez en sus investigaciones. Ello repercutió en la calidad de la docencia universitaria y el empobrecimiento de la presencia de la filosofía en la educación secundaria, relegada a los dos últimos años con un currículo bastante sesgado y estrecho centrado en la historia de la filosofía, la lógica y la psicología, cuestión que no ha cambiado mucho hasta ahora. Volviendo a la investigación las modalidades de trabajo se concentraron en autores canónicos más que en problemas genéricos, lo que supuso tratar a dichos autores como universos cerrados y los investigadores reforzaban dicho cierre bajo la justificación de la necesidad de la especialización. Sin embargo dicho fundamento resulta bastante cuestionable si rastreamos la productividad de dichas investigaciones hasta 1990. Por otra parte sólo uno de los proyectos financiados por FONDECYT entre 1982 y 1991 tiene una implicancia política contemporánea, aunque resulte, por ejemplo, contraproducente la presencia de proyectos sobre temas éticos abstractos en un contexto de dictadura. Como ya hemos indicado, ya sea por una opción personal guiada por el temor a la censura o bien como producto de una convicción la filosofía retornó a un pasado clásico idealizado para contraponerlo a un presente asediado por la crisis moral, o dicho de otro modo lo permanente y universal interpelado por la contingencia de la historia. Esto se vio facilitado por una concepción de los proyectos FONDECYT que en aquella época aun entendía la actividad de la investigación como una actividad personal y no necesariamente como proyectos orgánicos de grupos más amplios como ahora. 

La década de la transición; los noventa y más allá.
A partir de 1990 empiezan a aparecer, aunque tímidamente otras temáticas de investigación y autores como la corporalidad, la tecnología mirada por la filosofía, el sentido de una nacionalidad filosófica, etc., que logran de algún modo ampliar el campo de trabajo de la disciplina. Y lo que resulta más importante, se produce una muy lenta renovación de los investigadores que tienen acceso a estos financiamientos. A esto ayudó la reincorporación de varios académicos exonerados y otros que estaban fuera de la institucionalidad que incómodamente tuvieron que convivir con los allegados por la dictadura al estilo de La muerte y la doncella dado el pequeño tamaño del “ecosistema de la disciplina”. Con el reinicio de la elección de las autoridades académicas por parte de los profesores e incluyendo la presión de los estudiantes las mallas empiezan a ser modificadas redirigiéndose a lo que tradicionalmente había sido la formación filosófica previa a la dictadura.
En este sentido, estos cambios reflejan la implementación de una restauración más que una búsqueda de nuevos senderos. En efecto, se restauraron los cursos de filosofía contemporánea que habían sido mutilados, así como los seminarios sobre autores antes censurados, especialmente los clásicos del marxismo, esto sin alterar la estructura organizativa en torno a las historias de la filosofía. Cabe destacar que durante la dictadura, los estudiantes organizaban por su cuenta seminarios y encuentros invitando a los profesores ajenos a la oficialidad, por lo que existía un paradigma de lo que los estudiantes deseaban. Por ende comenzó una fuerte presión por la evaluación docente y por la implementación de las cátedras paralelas, que en el fondo era oficializar los seminarios informales (no por eso menos rigurosos y extensos), invitando a dichos profesores a integrarse de algún modo a los departamentos de filosofía, cuestión que en general no se concretó.
Las mallas que sufrieron un mayor cambio fueron las de las pedagogías en filosofía que prácticamente se adecuaron a los formatos de las licenciaturas en filosofía, incluso con los mismos requerimientos de titulación como la tesis y el examen final. Resulta curioso constatar que las pedagogías en filosofía, siendo títulos profesionales, tuvieron un currículo muy similar al de las licenciaturas, aunque no obtuvieran dicho grado académico. En efecto, las pedagogías resultaron ser licenciaturas encubiertas a las cuales se les agregaban un conjunto de ramos pedagógicos y una práctica profesional para obtener el título profesional. Ello resulta más paradójico considerando que ambos programas compartían incluso los mismos docentes. Es necesario destacar que esta peculiar situación de las pedagogías fue posible por la división –aun vigente- en las universidades pedagógicas y las facultades de educación estatales (y también trasladada a las privadas) entre los departamentos dedicados exclusivamente a la formación de especialidad, en este caso filosofía, y otro –centralizado- dedicado a entregar la formación pedagógica. Los primeros siempre han mantenido su dominio disciplinal, mientras la formación pedagógica se mantenía homogénea e incluso indiferente a las peculiaridades de cada carrera a la que atienden. Ello ha generado muchas veces profundas asimetrías de calidad y solidez institucional al interior de dichos centros.
Sin embargo, la situación anterior tiene un efecto inesperado ya que la autopercepción de los académicos y sus alumnos está referida a una pertenencia a un “departamento de filosofía”, independientemente de si se trata de otorgar una pedagogía o una licenciatura. Ello se ve verificado por la amplia presencia de los profesores de filosofía en los postgrados de la disciplina y por la generalizada inserción de los licenciados en la Educación Secundaria. Por ello se puede afirmar la profunda distorsión entre los perfiles de egreso y lo que efectivamente los egresados hacen[12]. Esta autopercepción afecta positivamente la distinción de estatus entre los departamentos que imparten pedagogías o licenciaturas, ya que borra una división que no se sostiene en la realidad y que fragmenta la unidad de la disciplina. En este sentido, la disciplina inconscientemente defiende sus espacios institucionales al margen del producto profesional o incluso a pesar de él. Este fenómeno tiene importancia porque nos permite ver la amplitud de un movimiento de búsqueda de pertenencia que salta por sobre los cauces institucionales para volver a la fuente de la disciplina. Ello resulta un movimiento a contracorriente de la distinción antes descrita entre una zona central y periférica de la disciplina.
En un plano más general, el problema fundamental referido a en que trabaja un filósofo ha persistido. Las mallas y perfiles de egreso suponen que existen dos caminos paralelos sin muchas interconexiones; el mundo de los profesores de filosofía y el de los licenciados orientados a la investigación. Sin embargo en este último caso se hace evidente la falta de espacios laborales así como la insuficiencia de formación que permita diálogos interdisciplinarios por parte de los licenciados. En la década de los noventa los postgrados nacionales en filosofía se remitían básicamente a los programas de magíster que reproducían los núcleos duros de la formación de pregrado en metafísica, estética y se añadió luego filosofía política y axiología. El modelo era el Magister impartido por la Universidad de Chile que era una fuerte referencia en la disciplina. Este programa no tenía en ese entonces ninguna intersección con otras disciplinas, salvo que el estudiante excepcionalmente podía tomar un curso fuera de dicho programa en otro de la misma Facultad.
Por otra parte se volvió cada vez más evidente para los egresados de pedagogía la necesidad de realizar un magíster como una fuente más segura de inserción laboral en el campo de la Educación Media, el que estaba volviéndose más competitivo a mediados de los noventa. De modo que la obtención del postgrado también significó para los profesores de filosofía una fuente de distinción importante dejando atrás la imagen añeja según la cual los postgrados eran una suerte de punto de llegada en la carrera de un filósofo y no un punto de partida. Vemos que aquí se empieza a formar una especie de élite de profesores de filosofía con postgrados realizados en Chile en un momento que los estudios de magister eran todavía una fuente de distinción importante, tanto por su complejidad, duración y sobre todo por su escasez[13].
Mirado desde una perspectiva más amplia, existe una reproducción inercial que descarta la innovación al interior de la disciplina y el trabajo interdisciplinar. Cuestión que como hemos visto también sucedía en el ámbito de la investigación financiada por FONDECYT. En la medida que la década de los noventa avanzaba el haber obtenido un proyecto FONDECYT se volvió más prestigioso, validando una élite al interior de la disciplina y en la universidad. A ello contribuyó el que esta institución ya no era vista como un espacio de la dictadura, cuestión que empezó a notarse en los cambios de los miembros de los Comités de Filosofía. En efecto, FONDECYT, a pesar del apoliticismo supuesto en la disciplina, aparecía “binominalizado” lo que provocaba una suerte de consenso negociado dentro de las universidades del Consejo de Rectores. Ciertamente esto no es verificable y no sabremos cuanto tiene de prejuicio o verdad, pero es algo que aparece de modo recurrente en las entrevistas a los informantes claves.
Sin embargo, a mediados de la década de los noventa aun se mantenía el núcleo duro de métodos, temas y autocomprensión conservadora en la medida que las universidades no hicieron su propia transición democrática y rehuyeron su propio pasado en medio de la dictadura. De modo que, a pesar de una tenue renovación en el campo de la investigación, de la incorporación significativa de profesores de filosofía a la formación de Magister y el reintegro de algunos académicos exonerados y otros que durante la dictadura se mantuvieron al margen de las universidades públicas, en el campo de la formación de pregrado, de los modos de trabajo, de la gestión de conocimientos todo pareció mantenerse estable salvo la modificación de las mallas de las pedagogías antes apuntadas.
Por ello podemos señalar, sin temor a equivocarnos, que los filósofos insertos en la universidad vieron el retorno a la democracia como la restauración de lo que la disciplina había sido antes de la dictadura y no como la posibilidad de crear nuevos espacios de formación e interlocución con otros campos del conocimiento y la sociedad. Dicho de otro modo, la transición fue un camino de retorno de lo que supuestamente se había perdido con el golpe militar, ya que éste y el periodo de la dictadura militar demostró ser la más profunda agresión estatal a la autonomía que se suponía debía tener la filosofía. Este último elemento había sido una constante desde la institucionalización de la disciplina, pero como ya se apuntó está autonomía tenía más que ver con una suerte de distanciamiento de la esfera de la política y con la incapacidad de la disciplina para fundamentar su propia existencia. La experiencia de la Unidad Popular había mostrado para muchos conservadores que la politización de la sociedad chilena también había afectado a la filosofía que se veía interpelada por el cambio social. Para ellos el Golpe de Estado supuso una liberación de la disciplina respecto de la obligación de responder frente a la sociedad por su condición de sentido, al tiempo que pusieron a disposición de las nuevas autoridades los elementos de justificación ideológica del régimen. Para estos actores la transición era la amenaza del retorno de la política a la supuesta esfera propia de la filosofía, cuestión por otra parte absurda si se considera la profunda actividad política en las universidades en contra de la dictadura.
Más allá de las paradojas de estas visiones dicotómicas puede concluirse que la restauración o rescate de la filosofía perdida no era algo plausible y quizás tampoco deseable. Esto era evidente a la luz de una suerte de silencio traumático al interior de un ecosistema reducido, como lo es la filosofía en Chile. No sabemos de ningún departamento de filosofía que haya decidido llamar a concurso para los cargos designados durante la dictadura. Por otra parte, con la transición los temas evidentes de investigación que la filosofía podría haber abordado fueron simplemente ignorados, cuestión que se demuestra al señalar que de la totalidad de los proyectos FONDECYT de dicha década sólo uno estuvo directamente dedicado a los derechos humanos. Así como la sociedad chilena no se arrebató con los vientos de la libertad de la transición, tampoco la filosofía se sintió especialmente aludida por el cambio de situación histórica. Diríamos que al menos sintió una breve brisa. Tampoco vemos que los filósofos hayan, salvo notables excepciones, participado del debate público aportando desde la disciplina a nuevos debates propios de los procesos de transición, desde las reformas constitucionales a los temas de las libertades individuales entre otros. 
Ciertamente no faltaron reflexiones sobre la transición y el estado más general de la modernidad en Chile, especialmente en artículos de prensa, conferencias y libros[14]. Lo que une a todos los autores es la común perspectiva de que la transición pudo hacer más por la democratización efectiva del país. En sus textos se nota la vivencia del malestar no sólo por las imperfecciones propias de la transición, sino también porque ésta parece no querer romper los amarres impuestos por la dictadura que se pueden palpar en las propias universidades y de este modo participan de la tendencia general descrita por Pinedo (2000) sobre la crítica de los intelectuales a la transición. En la mayoría de los autores uno de los temas centrales es el de la memoria histórica y su correlato en la memoria personal. Pero dichas reflexiones no tendrán un impacto significativo al interior de los Departamentos de Filosofía que estaban en un lento e inexorable declinar de su influencia
Esto resulta llamativo si consideramos el peso político que tenían los departamentos de filosofía al interior de las universidades durante la década de los ochenta. Dicho peso no tenía que ver tanto con los académicos, sino con los estudiantes de filosofía y sus poderosos centros de alumnos y la presencia muy alta de militantes que le daba a esta disciplina la faz de una formadora de subversión. En efecto, si consideramos al emblemático movimiento universitario de los ochenta veremos que los centros de alumnos de filosofía tenían un peso desmedido respecto de su tamaño relativo dentro de las organizaciones. Ello resulta especialmente destacado en el ex-Instituto Pedagógico, hasta hoy conocida como Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, separado de la Universidad de Chile en 1981. Su centro de alumnos fue la base de la Federación que luego se formó allí y que fue un gran polo de organización contra la dictadura y fue especialmente reprimido. Como señaló Alejandro Ormeño, primer Rector democráticamente elegido en la UMCE, nadie que hubiera sido presidente de un centro de alumnos en la década de los ochenta en el ex–Pedagógico pudo terminar su carrera (Sánchez p. 234). De este modo los centros de alumnos de filosofía eran una suerte de semillero de liderazgos para los partidos políticos y la oposición juvenil. Hasta entrada la década de los noventa el peso de los centros de alumnos de filosofía seguía siendo muy importante por esa especie de capacidad desestabilizadora que al menos se les suponía y que en cierto modo tuvieron. Esto obligaba a los académicos a jugar una suerte de rol mediador a pesar suyo, lo que en cierto modo acrecentaba su poder ante la jerarquía universitaria.
Sin embargo el declive del movimiento estudiantil a partir de 1993, claramente destacado en los centros de alumnos de filosofía, también impactó en el peso que los departamentos tenían al interior de las universidades. Ello significó la pérdida de una oportunidad que no se ha vuelto a presentar de plantear la filosofía en una relación poderosa con la propia universidad y con la política. Más aun cuando se inauguraba un debate amplio de lo que debía ser la transición, cuestión que prácticamente atravesó todos los gobiernos de la Concertación.
Volviendo al análisis institucional, durante el mismo periodo, gracias a los sistemas estatales de becas de postgrados en el extranjero y las becas de Cooperación Internacional, se produce una tenue renovación de las temáticas y modelos de trabajo heredados y al mismo tiempo se hace cada más patente y criticables ciertas prácticas culturales de los filósofos como grupo específico de intelectuales.
Entre estas cabe destacar una fuerte noción de formación por linaje en donde se privilegia la relación reproductiva maestro-discípulo que perjudica el trabajo transdiciplinario y la apertura de nuevas líneas de investigación, un etnocentrismo alienado que se manifiesta en un menosprecio por la filosofía latinoamericana e incluso en un debate sobre si es posible la filosofía en Chile y además en castellano. En este último punto resulta llamativa la polémica sobre el prejuicio respecto de las posibilidades idiomáticas de nuestra lengua para formular un pensamiento filosófico propio el cual sólo podría darse en alemán según los filósofos seguidores de Heidegger, lo cual tiene una fuerte influencia sobre la perspectiva política de los filósofos.
Por otra parte se nota una fuerte negativa a considerarse un grupo con intereses y necesidades comunes, cuestión que se expresa en la inexistencia hasta hace muy poco de una Asociación Chilena de Filosofía[15] o alguna otra forma de agrupación similar.
Una de las organizaciones excepcionales en ese contexto fue sin duda la Cátedra UNESCO de Filosofía creada y dirigida por Humberto Giannini en 1995 y que posibilitó dos encuentros bastante contundentes, entre otros realizados. El 1º de ellos fue el Congreso Latinoamericano sobre Filosofía y Democracia realizado en 1996 y que agrupó prácticamente a la totalidad de los filósofos chilenos en activo y permitió traer a Chile a importantes pensadores latinoamericanos. Este encuentro fue el más potente desde el punto de vista de la ligazón entre filosofía y política. De hecho se concluyó dicho Congreso con la firma de la Carta de Santiago en que los filósofos asistentes apoyaban la consolidación democrática en el continente, cuestión no menor dada la historia reciente de la disciplina[16]. En 1998 se realizó otro evento importante: Seminario sobre Educación y Filosofía en Chile, que a partir de las reformas curriculares que afectaban a la disciplina se discutió ampliamente sobre el papel de la filosofía en la esfera pública, constatándose ya en ese momento las dificultades de justificación de su existencia en el ámbito educativo. En un sentido más amplio la Cátedra fue un importante espacio de desarrollo de relaciones entre distintas generaciones de filósofos ya consolidados y estudiantes de postgrados y pregrados de distintas universidades. Dicha organización tuvo una importante actividad hasta 1999.
Por otra parte, la filosofía ha sufrido el paradójico fenómeno de poder existir en la docencia de las universidades privadas y en muy escasos espacios de investigación privados. Sin embargo, nos encontramos en el caso de la docencia con dos polos; en el primero la formación es de nivel primario por lo cual no constituye un aporte a su propia renovación ni tampoco a una mejora de la discusión en la esfera pública de los temas en que la filosofía por su propia naturaleza puede y debe abordar. En el otro extremo, la docencia sobre la filosofía en las universidades privadas ha estado orientada, como ya se ha indicado, a servir a distintos proyectos ideológicos que fundan a dichas instituciones; neoliberales, liberales, católicos conservadores, progresistas, masones, etc., lo que redunda en una limitación de temáticas y una cierta censura a los trabajos fuera de los respectivos campos ideológicos, por lo que nuevamente nos encontramos con una filosofía servidora, en este caso, de perfiles universitarios que se diferencian ideológicamente en un mercado competitivo[17].
De este modo, la situación de la filosofía en la docencia de las universidades privadas es claramente secundaria en las mallas curriculares, aunque pretenda dar soporte a las bases ideológicas de las instituciones. De cierto modo lo que protege a la filosofía en estos espacios es una visión de su necesidad instrumental y un cierto pudor en eliminar una disciplina –a pesar de su disfuncionalidad económica- que por sí misma pertenece a lo más profundo de lo que se entiende por universidad. En efecto, eliminarla supone darles a las instituciones una faz meramente "profesionalizante". Sin embargo, analizadas las mallas de todas las universidades chilenas, puede concluirse que la filosofía es una rama muy secundaria y que la existencia de institutos o departamentos de filosofía es más bien una posibilidad de las instituciones con mayor solidez financiera y con proyectos ideológicos bien delineados.

Estado actual: una mirada desde la investigación.
A pesar de lo anterior, actualmente se está dando una transformación lenta y positiva en la disciplina. Ya se ha mencionado la refundación de la Asociación Chilena de Filosofía y su exitoso primer Congreso. El programa permitió a su vez mostrar una creciente tendencia a la búsqueda de nuevas temáticas de trabajo y una amplitud mucho mayor de materias de investigación.
Para analizar las transformaciones más profundas es conveniente centrarse en uno de los polos que más influencia tienen en el moldeamiento actual y futuro de la disciplina, los proyectos FONDECYT que, como antes se ha indicado, definen a una cierta élite dentro de la disciplina, cuestión también ampliable a otras ramas del conocimiento. Esto se fundamenta tanto en un valor simbólico en el mercado universitario, así como en los aportes estatales a las universidades por la obtención de dichos proyectos y las publicaciones indexadas derivadas de ellos. El valor de estos concursos se refuerza más aun si consideramos que dos de ellos tienen por finalidad la inserción académica de los doctores recién formados; los concursos de Postdoctorado y los de Iniciación en la Investigación que son importantes puertas de acceso a dicha élite, así como el Regular que marca un nivel de estabilidad en ella.
El caso de las publicaciones merece una mención especial. Si bien el paradigma tradicional de la disciplina ha sido el libro, que ha representado la concreción de un esfuerzo sostenido y una apuesta mayor en términos de inversión personal, el artículo para revistas indexadas ISI y secundariamente Scielo ha tenido un gran impacto en la dirección de cómo fluye el trabajo de investigación. José Santos (2010) ha estudiado pormenorizadamente este aspecto en el campo de la filosofía y sus observaciones resultan muy relevantes. Desde el plano más general de lo que aquí nos interesa es que el estilo y cierre del artículo para revistas indexables conlleva una explícita transformación de los filósofos en expertos, más que en intelectuales en los sentidos apuntados por Bauman. La participación en estos nuevos circuitos rebaraja las jerarquías de la investigación y la lleva al campo de un dialogo clausurado y ha supuesto no sólo una ruptura del modo de trabajo, sino también política y generacional. Este fenómeno tiene muchos otros impactos y cabe aun una discusión específica sobre él. Para los filósofos en general ha sido un factor altamente disciplinador que ahonda en el repliegue a la especialización y fortalece, por ahora, los núcleos duros de la disciplina, ya que en torno a ellos se concentran las revistas ISI.

Como se ha indicado, la lenta renovación de la disciplina es una tendencia que empieza a reflejarse en los proyectos FONDECYT aunque desde las bases de datos disponibles no parezca así[18]. En efecto, los criterios de clasificación a los cuales los investigadores deben adscribir sus proyectos en los formularios aun están basados en los núcleos duros señalados en el cuadro 2 y desagregados en las subdisciplinas mostradas en el cuadro 3 . Si consideramos lo que las bases de datos, en estado bruto, nos señalan cabría entonces la siguiente repartición de proyectos en el periodo comprendido entre 1982 y 2010:

Cuadro 2.

Número de Proyectos FONDECYT (Reg, Ini, PosDoc) aprobados por áreas de investigación. 1982-2010. (Fuente: FONDECYT)
  

1982-1990
1991-2001
2002-2010
TOTAL
Lógica
2
2
1
5
Metafísica
3
5
4
12
Filosofía Analítica
2
2
8
12
Teoría del Conocimiento
3
7
4
14
Historia de la Filosofía
4
12
8
24
Ética
3
11
16
30
Filosofía
21
50
92
163




Sin embargo, si analizamos detenidamente los temas enunciados en los títulos de los proyectos veremos que estas adscripciones resultan demasiado gruesas y concluiremos que no necesariamente coinciden, además de un significativo nivel de error en la base de datos. Si reformulamos, con criterio experto, nuevas adscripciones más precisas nos encontramos con otro resultado:


Cuadro 3.

Líneas de Investigación más importantes en Proyectos FONDECYT (Reg., CI, Ini. y PosDoc integrados) por periodos. (Elaborado a partir de las bases de datos de FONDECYT, 1982-2010)


1982-1990
1991-2001
2002-2010
TOTAL
Fenomenología
3
4
1
8
Hist. de la filosofía
3
5

8
F. Medieval

4
5
9
F. del lenguaje

5
5
10
F. del derecho

1
10
11
Estética y teoría del arte
1
3
8
12
F. Analítica
4
1
8
13
Filosofía política
3
2
8
13
Metafísica
3
9
5
17
F.  de la ciencia
4
4
12
20
F. Contemporánea
1
7
13
21
Ética
3
6
13
22
F. Antigua
4
13
13
30
F. Moderna
4
8
18
30


Sin embargo, si analizamos detenidamente los temas enunciados en los títulos de los proyectos veremos que estas adscripciones resultan demasiado gruesas y concluiremos que no necesariamente coinciden, además de un significativo nivel de error en la base de datos. Si reformulamos, con criterio experto, nuevas adscripciones más precisas nos encontramos con otro resultado:

Cuadro 4.

Proyectos FONDECYT (Reg, Ini, PosDoc) aprobados según subdisciplinas.

(Reelaborado a partir de las bases de datos de FONDECYT, periodo 1982-2010)




1982-1990
1991-2001
2002-2010
TOTAL
F. del cuerpo


1
1
F. de la historia
1


1
F., y psicoanálisis
1


1
Lógica

1

1
T. Crítica

1

1
Epistemología

2

2
Ética y Derechos Humanos

2

2
F. de la religión

1
1
2
Psicoanálisis y crítica femenina
2

1
3
Hermenéutica
1
1
2
4
Hist. de la filosofía en Chile

5

5
T. del conocimiento
1
2
2
5
F., y Literatura


7
7
Fenomenología
3
4
1
8
Hist. de la filosofía
3
5

8
F. Medieval

4
5
9
F. del lenguaje

5
5
10
F. del derecho

1
10
11
Estética y teoría del arte
1
3
8
12
F. Analítica
4
1
8
13
Filosofía política
3
2
8
13
Metafísica
3
9
5
17
F.  de la ciencia
4
4
12
20
F. Contemporánea
1
7
13
21
Ética
3
6
13
22
F. Antigua
4
13
13
30
F. Moderna
4
8
19
31


Si bien los resultados en términos absolutos son iguales, es destacable que se produzca una redistribución de las líneas de acuerdo a su comportamiento en el tiempo. Vemos que F. Moderna es la línea que crece de modo más sostenido. Lo mismo sucede, aunque de modo menos pronunciado con Ética y F. Contemporánea, mientras que F. Antigua se mantiene estancada[19].

Como puede verse la faz actual de la disciplina es mucho más diversa de lo que aparece en principio . Ello se ratifica en los nuevos temas que los proyectos de Posdoctorados e Iniciación están abriendo durante la última década.

Sin embargo, se notan dos problemas; el primero de ellos dice relación con la fuerte concentración en algunos autores emblematicos –situados en los nucleos duros de la disciplina- en desmedro de otros, lo que significa una redundancia en los proyectos y escaso espacio para que surjan nuevas líneas de investigación y, por ende, la disciplina se diversifique. Como ya se ha indicado lo sensible de esta situación se debe al hecho de que en  nuestro contexto las ramas que no logran institucionalizarse, en este caso en la investigación, no tienen un espacio posible y tienden a desaparecer. Ello toma más relevancia al considerar el escaso impacto de las investigaciones sobre estos autores que no se expresa en la formación de revistas especializadas, círculos de investigación, etc. De este modo cabe cuestionar la productividad general de los nucleos duros.

El segundo problema dice relación con el fuerte enfoque etnocentrico de la disciplina. Si consideramos la totalidad de los proyectos financiados notaremos que su región muestra un carácter muy bien definido, en donde el peso de la filosofía alemana y europea, en general, es muy determinante en desmedro del propio estudio de Chile y América Latina. Conviene aclarar que cuando señalamos la categoría “Región”, ésta no sólo indica una cuestión meramente geográfica, sino tambien incluye sus caracteristicas culturales, problemas y autores. De modo que esta étiqueta pretende mostrar la orientación de la investigación y cuanto tiene que ver ésta con nuestra realidad regional y problemas. Dentro de la categoría “General” se adscribieron los proyectos que por su tematica, aunque pudieran ser asignadas a una región especifica, tenián una mirada amplia que podía incluirnos o bien tener alguna influencia sobre nuestros propios debates en vista a desarrollar un pensamiento original y situado. En la categoría “Europa” se incluyen proyectos que tienen un carácter continental cerrado, pero que no pueden ser encasillados en un solo marco nacional:

Cuadro 5.
 Región de orientación de los proyectos FONDECYT (R, In, Ci, PostD) 1982-2010.
(Elaborado a partir de las bases de datos de FONDECYT)
 




No se trata aquí de mirar la disciplina desde la supuesta necesidad del localismo, pero es ineludible destacar la necesidad de un retorno de la inversión hecha en la investigación filosófica sobre la sociedad chilena, de modo de ligar los debates internacionales con los propios de modo glocal, usando el conocido termino de Roland Robertson. Significa asumir lo que ya en todas partes es una realidad de la óptica de la investigación; la condición situada de las disciplinas y su desarrollo en un contexto de una geopolítica del conocimiento.  El analisis revela una inusitada concentración justamente en la categoría General que supone una fuerte tendencia de la disciplina a no geolocalizarse en la investigación (56% del total de proyectos), cuestión atingente tanto a los investigadores consolidados (Reg+CI) como a los emergentes (Ini+Posdoc). Luego es significativa la concentración en la etiqueta Alemania (19%) especialmente en los Reg+Ini seguida de Europa (6%) e Inglaterra (5%), mientras que el estudio de Chile sólo representa el 5% y el de América Latina el 2%. Los resultados son más agudos si consideramos una criterio norte-sur, ya que el primero asciende al 86% mientras el segundo sólo al 14%. En efecto, de los resultados obtenidos se deduce que la investigación en filosofía parece ser impermeable a las situaciones de contexto y localidad más básicas.

A modo de conclusión.
En todos los indicadores analizados encontramos una constante muy destacable; si bien hallamos una gran pluralidad inicial de líneas de investigación y de autores, ésta resulta socavada por la excesiva concentración. En el caso de las líneas de investigación ciertamente encontramos un predominio de los nucleos duros de la disciplina en desmedro de líneas emergentes. Lo sensible de esta situación se debe al hecho de que en  nuestro contexto las líneas de investigación que no logran institucionalizarse no tienen un espacio alternativo y tienden a desaparecer. En este sentido puede indicarse que una observación más detallada de los resultados muestra que las líneas consolidadas tienden a desenvolverse en un contexto de sinergía, ya que su propia consolidación posibilita su alta participación futura en los proyectos. Resulta evidente que una línea consolidada se refuerza con la posibilidad de contar con interlocutores validados por la obtención de proyectos y otros recursos, lo que a su vez hace más facil contar con tesistas que refuerzan la formación por linaje, así como participar en eventos academicos y contar con publicaciones indexadas, etc. Por el contrario, las líneas debiles o emergentes se desenvuelven en una condición entropica, ya que no cuentan con los recursos para arraigarse, crear sus propios espacios de dialogo y generar un ciclo virtuoso.
En este sentido, resulta más atrayente insertarse en líneas de investigación ya consolidadas que arriesgarse en una línea emergente que puede quedar en una condición excentrica respecto de los nucleos duros de la disciplina. Esto resulta más problemático si se considera que uno de los fines declarados de los diversos fondos reunidos en FONDECYT es la busqueda de la innovación. Mirado desde la óptica del interes general de la disciplina siempre será mejor que exista una diversidad relativamente homogenea, en que muchas líneas diferentes puedan desarrollarse creando una trama de relaciones entre ellas que mejore la condición de la filosofía. Ello también resulta significativo respecto de la interdisciplinariedad de las líneas de investigación y cómo esto se expresa en los proyectos. La lógica de concursos de investigación como modalidad de asignación de recursos en un contexto de escasez crónica lleva, naturalmente, a que se prioricen las líneas más tradicionales y allegadas a los nucleos duros de cada disciplina, por sobre aquellas que buscan tender puentes entre campos de saber o se arriesguen con temas, metodologías o enfoques nuevos.
Así la prioridad de los nucleos duros aparece como una cuestión de identidad de la disciplina, que amenaza a desdibujarse si se incluyen líneas excentricas o interdisciplinales. La consecuencia es que esta lógica crea un efecto inesperado, los límites del financiamiento se convierten en los límites aceptados de la disciplina en lo que a la investigación atañe. Pero ello supone ramificaciones más amplias, ya que en un ciclo normal de la producción de conocimiento los resultados de la investigación se expresan también en la docencia y en la extensión, por lo que los límites de la investigación se extienden también a estas areas. Esto constituye un proceso de clausura de la disciplina sobre líneas y objetos de investigación que corren un serio peligro de crear dialogos tautológicos.
En un plano más amplio, al considerar cual es nuestra “normalidad filosófica” se nos aparece un panorama que da cuenta de la necesidad de una profunda renovación. Nos encontramos ante una realidad cambiante en que el marco institucional de las universidades chilenas está siendo cuestionado sistémicamente y además la circulación del conocimiento responde cada vez más a lógicas trasnacionales en donde la clásica formación de ciudadanos para la república debe ser completamente reinterpretada, ya que ésta se presentaba en un marco estatal-nacional cerrado. Ahora nos encontramos en una situación muy diferente donde el marco global se hace cada vez más fuerte, haciendo que incluso los mercados laborales de alta especialización profesional se hayan abierto al flujo internacional.
En este escenario la filosofía chilena encuentra oportunidades que no han sido valoradas en toda su dimensión. La primera de ellas es que la circulación del conocimiento y la posibilidad de interconexión entre pares de diversas partes del mundo desbloquean el tradicional aislamiento de los especialistas e intelectuales chilenos. De este modo los filósofos chilenos pueden acceder como nunca antes a una actualización de conocimientos que lejos de ser pasiva se vuelve exigentemente activa, como puede verse a partir del sistema de becas, la posibilidad de mantenerse actualizados, publicar tanto dentro como fuera del país y de participar de redes de conocimiento a una escala muy intensiva, cualquiera sea el modelo anterior que usemos para comparar.
Esto abre la posibilidad a una participación nueva en la geopolítica del conocimiento y provoca que las tradicionales discusiones sobre la inferioridad de la filosofía chilena en consideración a sus condiciones de producción esté desfasada temporalmente, ya que no incluye un adecuado análisis de las nuevas realidades. En efecto, la discusión sobre la inferioridad de la filosofía chilena y por extensión la de América Latina independientemente de sus matices, ya es una discusión que no cabe interpretar en términos locales, sino en términos de adecuación al nuevo contexto. Dicho de otro modo, la interpretación de la subordinación del saber filosófico en la tradicional geopolítica del conocimiento previa a la globalización no funciona adecuadamente para la nueva geopolítica que está emergiendo y que interpela a los filósofos no como subordinados, sino como actores fundamentales. El propio contexto interpela de un modo diferente en la medida que ya no acepta los discursos autoflagelantes ni tampoco los discursos caricaturescos del etnocentrismo alienado que ponen en el exterior las causas determinantes de nuestra propia realidad.
Podemos indicar como elementos positivos que la disciplina cuenta con una existencia relativamente organizada en las universidades y que está sosteniendo redes que cuentan con cierta estabilidad y con revistas especializadas[20]. En este sentido, podemos indicar que la disciplina ha sabido crear, aunque sea dificultosamente, instrumentos de comunicación, actualización y conectividad interna, que promueven el intercambio académico con una creciente importancia de las redes sociales.
Uno de los elementos a superar, y que resulta transversal para todos los aspectos de la vida intelectual en nuestro país, es el de la densidad comunicacional que supone contar con espacios más allá de la propia disciplina. En efecto, carecemos de revistas que atiendan a un público ciudadano interesado en el debate público, ya que las revistas especializadas favorecen más bien las voces de los investigadores y son expresión de los intereses de las instituciones. No hay en Chile una prensa de calidad que sostenga el debate intelectual en sentido amplio. Por el contrario, las columnas de opinión responden más bien a las lógicas de las miradas de expertos sobre temas particulares y que en consecuencia funcionan como voz de cierta especialidad que busca ser “voz de la ciencia”. Por otra parte muchas de esas voces se niegan a verse a sí mismas como intelectuales, sino como la expresión del discurso científico respecto de la contingencia que tiene mucho de promoción de las instituciones de donde surgen los especialistas. En efecto, los directorios de expertos que las universidades ofrecen a los medios funcionan como un modo de publicidad de las propias universidades.
Para los intelectuales, en el sentido más amplio del término, el objeto de discusión supera la especialidad y siempre tiene una dimensión más global desde el cual debe ser analizado, mientras que para el experto el objeto es atrapado y agotado por la especialidad, por ende su discurso resulta excluyente al situarse en una objetividad agresiva para la ciudadanía. La revista especializada y el libro disciplinal –en una época de pensamiento rápido- no favorecen el debate intelectual del modo que las nuevas tecnologías imponen. Si bien la aparición en los medios de comunicación se produce en la condición de experto, para los filósofos resulta difícil reclamar una “porción de especialidad” desde la cual dirigirse a la opinión pública. Ello resulta aun más problemático por la crisis de autoridad para dirigirse a una opinión pública altamente descentralizada que desconfía del carácter unidireccional de la información y el conocimiento implícito en el rol de intelectual (Uriarte 1996. Habermas 2009).
Ciertamente partimos aquí de un supuesto debatible y quizás no suficientemente explicitado; que la definición de los filósofos como intelectuales contiene un resabio ilustrado asociado a la idea de un sujeto fuerte. Es cierto que operamos sobre dicho supuesto y es que aunque podamos debatir la caída de los metarrelatos, el fin de la subjetividad en sentido fuerte, etc., aun así necesitamos una definición de la condición de intelectuales que viabilice el debate. Por otra parte, si bien muchos de los vectores sobre este tema han cambiado drásticamente, consideramos que la noción de intelectual si bien no puede sostenerse en sentido fuerte, no es menos cierto que no puede prescindirse de ella completamente. Ello porque participa de esas nociones zombis de la modernidad - extendiendo la metáfora de Ulrich Beck- que no están plenamente vivas o muertas y que debemos convivir con ellas. Lo que queda de la noción de intelectual es la posibilidad cierta de ser una voz que a partir del archipiélago de distintos saberes filosóficos articula por sobre ellos una posición política abierta al dialogo con la opinión pública.
A pesar de lo anterior los filósofos chilenos tenemos aun un largo camino que recorrer para ayudar a crear una opinión pública. Esperamos que esta coyuntura de crisis sea justamente la posibilidad de un nuevo planteamiento de la disciplina respecto de la sociedad.





Citas:

1. Doctor en Filosofía. Profesor e Investigador, Universidad de Santiago de Chile. Este texto pertenece al Proyecto FONDECYT 1070654. Agradezco a Lorena Ubilla su imprescindible colaboración en esta investigación, a Verónica Montecinos y Tomás Ariztía sus valiosos comentarios.
2. Silva (2009) en un sentido similar ve el problema de las fronteras como una cuestión referida a prácticas antes que a un planteamiento teórico.
3. Como ejemplo de esto recomiendo ver el tipo de líneas emergentes en el campo disciplinal de acuerdo a la información que recoge el ISI.
4. Así fue conocido ya que fue introducido por Ernesto Grassi en la Universidad de Chile.
5. El análisis de las mallas de las carreras de pregrado tanto en el ámbito de la Pedagogía como de la Licenciatura en Filosofía resulta revelador, ya que las mallas más tradicionales siguen el formato de la Universidad de Chile manteniendo un fuerte eje histórico centrado en los contenidos con una visión intradisciplinaria. También nos encontramos con unas mallas ideológicas, especialmente en las universidades católicas y las universidades con visiones ideológicas variadas que se expresan en seminarios con énfasis en autores considerados fundamentales dentro de la perspectiva de la institución. También nos encontramos con mallas híbridas que forman en dos disciplinas al mismo tiempo y que pretende ser una solución laboral allegando recursos de disciplinas más fuertes que la filosofía. Finalmente nos encontramos con mallas de formación por competencias, que mantienen un eje histórico muy débil y una gran flexibilidad de flujo, determinados por criterios externos a la disciplina como son los procesos de acreditación y la búsqueda de alineamiento al mercado laboral.
6. El arco de las posiciones políticas de Heidegger pueden ser analizadas desde el “Discurso Rectoral”, cuando asume como Rector designado por Hitler en la Universidad de Friburgo en 1933 hasta su tardío artículo “Porqué permanecemos en la provincia”. Martin Heidegger: Escritos sobre la universidad alemana, Editorial Tecnos, Madrid, 1996.
7. En términos porcentuales el tratamiento específico de Heidegger comprende el 11% de todos los proyectos aprobados en el periodo 1982-2009, siendo el más alto, seguido por Aristóteles (7%) y Hegel (6%) mientras que los autores estudiados en un solo proyecto alcanza a 62 representando al 31%. La concentración indudablemente es mayor, ya que sólo se ha considerado el hecho de que el autor esté explicitado en el título del proyecto, excluyéndose otros criterios que pueden resultar confusos. Aquí destaca el crecimiento sostenido de los tres primeros autores, ya que más que duplican su número de proyectos en cada década, viéndose que su más alto índice se produce en la última, por lo que bien cabe preguntarse -en el caso de estos tres autores- de si existe una escuela propiamente dicha, dado el alto número de proyectos y su firme crecimiento durante casi treinta años. Mirado desde la óptica de los tipos de investigadores, los más jóvenes y recientemente doctorados (Iniciación y Posdoctorado) muestran, en los tres primeros autores, una tendencia a la reproducción, especialmente en el caso de Heidegger, aunque luego muestran una tendencia a privilegiar autores contemporáneos, a diferencia de los investigadores consolidados (Regular y Cooperación Internacional). 
8. Una interesante perspectiva sobre la subjetividad académica en la precariedad se puede encontrar en Sisto 2005.
9. Un caso emblemático es el de la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Austral y la renuncia de Jorge Millas. Revista La Cañada 0.1, 2010. Dicha publicación recoge importante documentación sobre este caso y la posición de eminentes filósofos de la época.                      
< http://www.revistalacañada.cl/>
10.   Un análisis detallado se puede encontrar en los trabajos de Isabel Jara 2008.
11. Para este particular ver la base de datos que mantiene FONDECYT. Los títulos de los proyectos son demostrativos de la tendencia de aquellos años.
12. Ello resulta particularmente evidente en las postulaciones a las becas de postgrados tanto en Chile como en el extranjero, otorgadas por Conicyt, en donde vemos una gran pluralidad de origen en los pregrados.
13. A pesar de la abundancia actual de oferta aun parece quedar un gran espacio para la formación de postgrados. Indicadores recientes señalan que en las universidades agrupadas en el Consejo de Rectores los docentes con grado de Doctor alcanza a la fecha al 21% y en el caso de los Magíster al 24%. En el caso de las universidades privadas sólo llega al 8% y al 30% respectivamente. Índices 2011. Consejo Nacional de Educación
14. Martín Hopenhayn (1995) Ni apocalípticos ni integrados: aventuras de la modernidad en América Latina. Santiago, F.C.E. (2005) América Latina desigual y descentrada. Santiago, Norma. Pablo Salvat (2002) El Porvenir De La Equidad. Santiago. Lom. Igualmente Humberto Giannini participa de entrevistas y conferencias, así como de la dirección de la Cátedra UNESCO de Filosofía que como veremos más adelante tendrá un importante papel en dicho periodo.
15. La Sociedad Chilena de Filosofía fundada en 1948 fue al principio bastante activa y se mantuvo hasta los ochenta con escasa significación. En 2009 una nueva generación refundó la Asociación en torno a la idea de realizar congresos frecuentes que signifiquen formar una comunidad filosófica, su fundación ha supuesto la realización de un primer Congreso bastante exitoso y la formulación de unos estatutos que pone en un plano de igualdad a alumnos, profesores secundarios y académicos en su Directorio.
16. Existe un libro homónimo publicado en 1997 por LOM y editado por Humberto Giannini que recoge una selección de las ponencias y es la mejor “fotografía” del estado de la disciplina en dicho periodo.
17. María Olivia Mönckeberg ha analizado en detalle esta realidad en La privatización de las universidades. Una historia de dinero, poder e influencias (2005) y en El negocio de las universidades en Chile (2007).
18. La base incluye los concursos de Regulares, Cooperación Internacional, Posdoctorado e Iniciación. Para el análisis se ha decidido mantener el de Cooperación Internacional, ya que hasta hace muy poco era también concursable y permitía respaldar, de modo competitivo, proyectos ya en operación. Hoy en cambio dicha cooperación está inserta en los otros fondos y se evalúan en conjunto. La base fue analizada a partir de su estado en octubre de 2010
< http://www.fondecyt.cl>.
19. Si miramos estos datos desde la perspectiva del tipo de investigador vemos que los proyectos Reg. y CI de los investigadores más consolidados se concentran en las líneas de investigación de Filosofía Antigua (13% en relación al total de Reg+CI), Moderna (12%) y Ética (10%), en cambio los investigadores emergentes en los PosDoc e Ini se orientan a Filosofía Analítica (15% en relación al total de PosDoc+Ini) y F. Contemporánea (13%). Ciertamente ambos volúmenes de proyectos son muy diferentes, pero son suficientes como para ver tendencias.
20. A la ya mencionada Asociación Chilena de Filosofía (ACHIF) que es el foro más amplio de la disciplina, se agrega la Asociación Chilena de Filosofía Analítica, la Asociación Chilena de Filosofía Moderna  y la Asociación Chilena de Filosofía Jurídica y Social, entre otras. Igualmente destacan la existencia continua de grupos académicos más informales, pero no por eso menos, activos como los Seminarios dedicados a autores específicos como Hegel, Marx, etc.




Referencias.

1) Bauman, Zygmunt. (1997). Legisladores e Intérpretes. Sobre la modernidad, la postmodernidad y los intelectuales. Buenos Aires. Universidad Nacional de Quilmes.
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5) Habermas, Jüngen. (2009). La razón de la esfera pública. En ¡Ay, Europa! Madrid, Trotta.
6) Hopenhayn, Martin. (1995). Ni apocalípticos ni integrados: aventuras de la modernidad en América Latina. Santiago, F.C.E.
- (2005) América Latina desigual y descentrada. Santiago, Norma.
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9) Índices 2011. Consejo Nacional de Educación
10) Mönckeberg, María Olivia (2005). La privatización de las universidades. Una historia de dinero, poder e influencias. Santiago. Copa Rota.
- (2007) El negocio de las universidades en Chile. Santiago. Debate.
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- (2005). La universidad chilena desde los extramuros. Santiago, Universidad Alberto Hurtado.
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17) Salvat, Pablo. (2002). El Porvenir De La Equidad. Santiago. Lom. 2002.
18) Silva Rojas, Matías. (2009). Normalización de la filosofía chilena. Un camino de clausura disciplinar. Universum 24. Vol. 2. 2009.
19) Sisto Campos, Vicente (2005). Flexibilización laboral de la docencia universitaria y la gest(ac)ión de la Universidad sin órganos. Un análisis desde la subjetividad laboral del docente en condiciones de precariedad" en Gentili, P. y Levy, B. (ed.) Espacio público y privatización del conocimiento: Estudios sobre políticas universitarias en América Latina. Buenos Aires, CLACSO.
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20) Uriarte, Edurne. (1996). Los intelectuales y los medios de comunicación de masas. Revista de estudios de la comunicación.





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